Galatea (no confundir con la estatua que creó Pigmalión) era una ninfa acuática, lo que en la mitología griega se conoce como nereida. No por nada sus padres fueron el propio Nereo, dios de las olas del mar, y la oceánide Doris.
Galatea vivía en la isla de Sicilia, y allí se enamoró de un pastor llamado Acis, cuyo amor también correspondía éste. Pero Acis no era el único que había sucumbido a los encantos de Galatea, pues el cíclope Polifemo le había echado también el ojo —el único que tenía— a la bella nereida.
La desdicha quiso que, tras dormir juntos una noche, Acis y Galatea amaneciesen abrazados en el bosque justo cuando el gigante Polifemo paseaba a sus ovejas por la zona. Al descubrir a Galatea en brazos de Acis, el cíclope estalló de ira y se lanzó hacia la pareja con violento ánimo. Acis salió corriendo campo a través, mientras Polifemo le perseguía soltándole todo tipo de blasfemias e improperios a la vez que su rabia crecía y crecía. Su enfado era tal que con sus desnudas manos arrancó una enorme roca de la montaña y, con la misma descomunal fuerza, la lanzó hacia el lugar donde, en ese momento, se hallaba Acis. Fue tal su puntería que la piedra fue a caer precisamente sobre el indefenso pastor, causándole de inmediato la muerte. Aplastado bajo la enorme roca, un reguero de roja sangre brotó del cuerpo inerte de Acis, mientras Galatea lloraba desconsoladamente la muerte de aquel que amaba.
Gracias a sus poderes de ninfa —o quizás ayudada por el mismísimo Poseidón, padre del infame Polifemo— la sangre del desventurado Acis se convirtió en un caudaloso río, que desde entonces y hasta ahora lleva también dicho nombre en su honor.
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