Episodios

Cipariso y el ciervo sagrado

Cipariso era un muchacho de la isla de Ceos. Desde joven mostró querencia por los varones y, quizás por ello, se le atribuyen amoríos con el dios griego Céfiro e, incluso, con el latino Silvano. Pero sin duda su gran amor fue el hermoso Apolo, quien no solo le correspondía sino que le colmó de presentes.

Como era un amante de los animales, Apolo le regaló a Cipariso uno de sus ciervos sagrados, que pronto se convirtió en su mascota. Era tal el cariño que le guardaba el joven a su ciervo que adornaba con coloridas guirnaldas las ya de por sí doradas astas del animal y gustaba de pasear con él por el bosque.

Pero Apolo también regaló a Cipariso una jabalina, pues creyó que el joven tenía ya la edad adecuada para empezar a entrenarse en el arte de la caza. Sin embargo tal presente acabó trayendo la desgracia, pues un día que Cipariso salió a cazar creyó observar a lo lejos un enorme animal escondido tras la maleza. Como se encontraba en una zona oscura del bosque sería difícil acertar a la presa, pero Cipariso lanzó con fuerza la jabalina confiando en su certera puntería. Y, en efecto, la jabalina se clavó sobre el lomo del animal, que cayó al suelo. Cipariso sonreía alegre mientras se acercaba a cobrar su presa, pero de repente su rostro se tornó blanco y una muesca de horror transformó su cara. Pues al descubrir la dorada cornamenta del animal muerto comprendió que se trataba, indudablemente, de su amado ciervo.

La pena se instaló en su corazón y Cipariso quiso morir. Imploró a Apolo, quién había intentado inútilmente consolarlo, que le permitiese llorar eternamente a su amado ciervo. El dios se apiadó de él y decidió transformar a Cipariso en un alto ciprés, pues tal árbol estaba ya entonces íntimamente relacionado con el mundo fúnebre. Así, espigado e inmóvil, podría guardar luto y asistir a los dolientes por toda la eternidad.

Alfonso Cuesta

Madrileño de pura cepa, pero bastante helenófilo. Estudié Historia en la UAH y Arqueología del Mediterráneo en la UCM. A veces bebo ouzo y bailo el sirtaki en la playa.

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Alfonso Cuesta

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