Cleobis y Bitón eran dos hermanos cuya madre, Cídipe, era sacerdotisa de Hera en Argos, ciudad bajo la protección de la diosa. Por ello, cada año se realizaba un festival en honor de Hera en el que la sacerdotisa era conducida hasta el templo de la diosa en un carro tirado por bueyes.
Pero, en cierta ocasión, los bueyes habitualmente encargados de transportar a Cídipe aún no habían terminado con sus labores agrícolas y, viéndose con el tiempo encima, Cleobis y Bitón se ofrecieron a llevar ellos mismos a su madre hasta el templo de Hera, tirando ellos del carro en lugar de los bueyes.
Grandes atletas como eran, los hermanos consiguieron, no sin un gran esfuerzo, cubrir los 45 estadios (8 kilómetros) de distancia que los separaban del templo. Al llegar al santuario de la diosa, todos los ciudadanos de Argos estallaron de júbilo ante la proeza de Cleobis y Bitón, felicitando a la madre por haber alumbrado hijos tan fuertes y abnegados.
Cídipe, henchida de orgullo, subió hasta el altar de Hera y pidió a la diosa que otorgase a sus hijos el mejor de los regalos que un dios pudiera conceder a los humanos. Tras esto, tanto la sacerdotisa como el resto de asistentes continuaron con las ceremonias y el banquete en honor de Hera.
Mientras tanto, los jóvenes, exhaustos, se tendieron sobre las escaleras del templo y cayeron derrotados por el sueño. Creyendo que estaban dormidos, el resto de comensales los dejaron descansar tranquilamente mientras ellos daban buena cuenta del festín. Transcurrieron horas antes de darse cuenta de que, en realidad, Cleobis y Bitón habían pasado a mejor vida. Pues Hera, en su divina sabiduría, concluyó que el mejor regalo que podía concederles era la muerte.
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