Episodios

La espera de Argos

Cuando el rey Odiseo partió hacia la Guerra de Troya, no solo dejó en Ítaca a su mujer Penélope y a su hijo Telémaco. También su querido perro Argos, a quien Odiseo había criado, se quedó sin poder disfrutar de la presencia de su amo.

Veinte años pasaron; y, tras numerosos incidentes, Odiseo fue por fin capaz de retornar a su añorada Ítaca. Mas un incipiente peligro lo esperaba en palacio, pues este había sido tomado por una miríada de alevosos pretendientes que deseaban desposar a Penélope y ocupar su lugar en el trono. Disfrazado por la diosa Atenea, Odiseo se acercó a su antiguo hogar aparentando ser un humilde mendigo.

Y a todos engañó menos a su amado Argos, quien, aunque viejo y abandonado, escuchó a Odiseo conversando con Eumeo el porquerizo. Aquel antaño vital perro —que, de cachorro, jugaba con los jóvenes itacenses a perseguir cabras, ciervos y liebres— alzó la cabeza y las orejas al reconocer a su amo e intentó, sin lograrlo, arrastrar su anciano cuerpo hasta él.

Cuando Odiseo vio al viejo Argos tendido lánguidamente en el suelo, se acercó hasta él. Y, a pesar de su deplorable aspecto, el pobre can empezó a mover la cola de alegría. El afligido Odiseo, intentando parecer despreocupado, preguntó a Eumeo por el cruel destino de aquel perro. Y este le dijo:

«Ese viejo chucho perteneció a un gran hombre que ya no está entre nosotros. De joven era ligero y vigoroso, no se le escapaba presa alguna pues era sumamente hábil siguiendo rastros. Pero desde que su amo muriese en tierras extranjeras le abruman los males, y las criadas y siervos de palacio lo descuidan, habiéndolo dejado abandonado sobre aquella pila de mantillo en la que ahora descansa»

Una lágrima recorrió la cara de Odiseo, mas intentando guardar las apariencias se la secó rápidamente y entró a palacio a enfrentarse con su destino, mientras su viejo amigo Argos lo seguía quedamente con la mirada. Tan pronto como Odiseo desapareció por la puerta, la vida del anciano perro expiró poniendo fin a 20 años de paciente espera; pudiendo así, al fin, descansar tranquilo.

Alfonso Cuesta

Madrileño de pura cepa, pero bastante helenófilo. Estudié Historia en la UAH y Arqueología del Mediterráneo en la UCM. A veces bebo ouzo y bailo el sirtaki en la playa.

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