Tras el rapto de Helena, Agamenón y Menelao convocaron a los distintos caudillos griegos para que hicieran honor a su juramento y marchasen juntos a Troya para recuperar a la reina espartana.
Cuando los heraldos de los Atridas llegaron a la isla de Ítaca para reclutar al rey Odiseo, se encontraron a este arando la playa con un carro tirado por un buey y un caballo. Odiseo, que portaba en su cabeza un píleo (el sombrero distintivo de enfermos y locos), sembraba sal en los surcos del arado y parecía hablar consigo mismo.
Pero Palamedes, el más ingenioso de los heraldos, enseguida se dio cuenta de que la aparente locura de Odiseo no era real sino fingida. En pos de desenmascararle, Palamedes sacó al pequeño hijo de Odiseo, Telémaco, de su cuna y lo puso delante del arado.
A Odiseo no le quedó más remedio que parar el carro para evitar la muerte de su hijo, descubriendo así su engaño; pues antes de que llegasen los heraldos a Ítaca se le había profetizado a Odiseo que si marchaba a Troya tardaría veinte años en regresar a casa, y además lo haría como mendigo. Ya no le quedaba otra opción que cumplir con su destino.
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