Episodios

El reencuentro de Penélope y Odiseo

Continúa desde La matanza de los pretendientes

Tras dar muerte a todos los pretendientes, el divino Odiseo pidió a la anciana Euriclea, quien fuera su nodriza (y también la de su hijo), que fuese a buscar a Penélope. Al fin, tras veinte años de separación, marido y mujer podrían reencontrarse.

Euriclea llegó a las estancias de Penélope y, rápidamente, le puso al día de lo acontecido: de cómo aquel harapiento vagabundo que llegara a palacio buscando hospitalidad era en realidad el rey Odiseo y cómo, ayudado por Telémaco, dio muerte a los pretendientes que ocupaban sin ningún pudor el palacio. Con ellos fuera de juego, ahora su marido la esperaba impaciente.

Ambas mujeres bajaron a encontrarse con el asesino de los desafortunados aspirantes, mas las sucias y miserables vestiduras hacían dudar a Penélope de que aquel fuera realmente Odiseo, por lo que el astuto marido tramó un plan para que aún no se conociera la muerte de los pretendientes fuera de palacio, mientras convencía a su esposa de ser quien decía.

Así, el rey mandó a sus siervos engalanarse como si fuera una boda —la de Penélope con alguno de aquellos nobles que pretendían su mano— lo que estaban celebrando en la casa. El propio Odiseo fue bañado y ungido en aceites, y cambió sus andrajosos ropajes por un hermoso manto y una túnica.

Penélope empezaba a atisbar los rasgos de su verdadero marido, pero los engaños que había sufrido durante su larga ausencia le hacían ser extremadamente precavida. Odiseo, cansado tras pasar tan largo día, se dio por vencido y mandó a Euriclea prepararle la cama. Penélope aprovechó esta ocasión para asegurarse de la identidad de aquel que decía ser su marido y pidió a la nodriza que arrastrase la cama de Odiseo fuera de la habitación conyugal y la acondicionase con las más espléndidas pieles y mantas.

Por supuesto, Odiseo descubrió la prueba de Penélope al momento y le hizo saber a su esposa que, si nada había cambiado, aquello que ordenaba a Euriclea no podría cumplirse, pues él mismo talló la cama de un fuerte olivo plantado en el suelo de la habitación, que construyó alrededor de ella, y por lo tanto sería imposible moverla.

Era él, ya no quedaban dudas. Penélope se sintió desfallecer por la alegría y corrió al encuentro de su marido con el rostro cubierto de lágrimas. Lo abrazó fuertemente, como solo una mujer que se reencuentra tras dos décadas con su amado esposo puede hacerlo. Ambos marcharon a sus aposentos para amarse y contarse el uno al otro todo aquello que había ocurrido durante su separación hasta que, finalmente, les venció el dulce sueño.

Por fin estaban juntos de nuevo y podían descansar en paz.

Alfonso Cuesta

Madrileño de pura cepa, pero bastante helenófilo. Estudié Historia en la UAH y Arqueología del Mediterráneo en la UCM. A veces bebo ouzo y bailo el sirtaki en la playa.

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