Jacinto era un príncipe espartano, hijo del rey Amiclas, que despertaba pasiones por su belleza. El poeta Tamiris y Céfiro, el viento del oeste, fueron dos de sus pretendientes. Pero quien tuvo la suerte de amarlo fue el dios Apolo.
A causa de este romance desatendía sus tareas en Delfos y se dedicaba a acompañarlo a donde fuese. Un día se encontraban ambos jugando a lanzar el disco. Apolo lo lanzó y Jacinto, feliz, se disponía a recogerlo. Pero, o bien el disco rebotó debido a la fuerza con que el dios lo había lanzado, o bien Céfiro, celoso, lo desvió de su trayectoria. En cualquier caso, golpeó la cabeza del joven y le ocasionó una herida mortal.
Apolo lo tomó entre sus brazos viendo como colgaba inerte y se le escapaba la vida, sin ser capaz de hacer nada por evitarlo a pesar de ser también el dios de la curación. Solo pudo prometer que su nombre sería recordado, y de la sangre que había manchado la hierba hizo brotar una nueva flor de color púrpura a la que bautizó en su honor.
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