Episodios

Aretusa y Alfeo

Aretusa era una náyade que habitaba en la región de Arcadia. Sin embargo, cazadora como era, dedicaba su vida a la diosa Ártemis, a la que a menudo llevaba su arco y su aljaba llena de flechas, hasta el punto de acabar convirtiéndose en su escudera.

Un caluroso día, Aretusa regresaba de una solitaria cacería en las cercanías del lago Estínfalo[i]. Completamente agotada, la ninfa decidió darse un baño en un tranquilo río de aguas claras al que los lugareños llamaban Alfeo. Tras sumergirse en las límpidas aguas del Alfeo, Aretusa creyó escuchar un murmullo y, asustada, intentó regresar a la orilla. «¿Adónde corres, Aretusa?» dijo la voz antaño murmurante. Aretusa, sin perder un instante, salió corriendo, desnuda como estaba, tras oír aquella ronca voz que parecía seguirla allá donde fuese.

Girando la cabeza, la ninfa pudo ver, en su carrera, cómo el hasta entonces tranquilo río tomaba forma humana y corría tras ella, intentando atraparla. Pero la ninfa era una estupenda corredora, y cruzando llanuras y bosques a través de toda Arcadia pensó que sería capaz de despistar a su perseguidor. Alfeo, sin embargo, no era menos rápido que ella, y poseído por los poderosos efluvios del amor, siguió a la ninfa hasta casi darle alcance.

Fue en ese preciso instante, cuando Aretusa se vio ya incapaz de mantener la carrera, que la extenuada ninfa imploró la ayuda de su diosa protectora. «Me captura; Ártemis, ayuda a tu fiel escudera» susurró débilmente con su último aliento. La diosa, conmovida por la situación, aceptó la súplica de su protegida e hizo descender una espesa nube, que cubrió de inmediato el cuerpo de Aretusa, haciéndola invisible a cualquier ojo curioso.

Alfeo empezó a rodear la nube, intentando inútilmente atisbar al objeto de su deseo. Pero era tal la necesidad que sentía que no cejó en su empeño de encontrarla. Un sudor frío empezó a recorrer el cuerpo de Aretusa, quien, presa del pánico, empezó a volverse líquida en su último intento por huir del incombustible Alfeo. Así, Aretusa acabó transformándose en una corriente de agua y Ártemis, rompiendo el suelo, la convirtió en un manantial subterráneo.

Pero Alfeo, dándose cuenta de la situación, retornó a su forma original de río para mezclarse con ella. Y es desde entonces que las aguas del río Alfeo desembocan allá donde la ninfa Aretusa se convirtió en manantial.

 


[i] Conocido por las temibles aves que se instalaron en él y a las que tan solo pudo alejar Heracles.
Para saber más: Los trabajos de Heracles (parte 6): Las aves del Estínfalo

Alfonso Cuesta

Madrileño de pura cepa, pero bastante helenófilo. Estudié Historia en la UAH y Arqueología del Mediterráneo en la UCM. A veces bebo ouzo y bailo el sirtaki en la playa.

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Alfonso Cuesta

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