Episodios

Hermes, Herse y Aglauro

En una ocasión, el dios Hermes se encontraba sobrevolando el Ática, contemplando la procesión de las fiestas panateneas, en honor a Atenea que se celebraban ese día. Las doncellas iban hacia el templo de la diosa, llevando sobre sus cabezas las ofrendas decoradas con guirnaldas. Entre todas las muchachas sobresalía Herse, una de las hijas del rey Cécrope.

Hermes comenzó a volar en círculos sobre las muchachas, sin perder de vista a Herse. Deseándola cada vez más y más, el dios decidió presentarse en casa de la joven. Para ello se arregló primero el manto, que destacara el ribete dorado, alisó su melena, comprobó que el metal de su caduceo se viera brillante y pulido y que sus sandalias aladas resplandecieran.

Así, con su mejor imagen, se acercó al dormitorio de Herse, que se encontraba con sus hermanas Pándroso y Aglauro. Ésta última fue la primera en darse cuenta de la presencia del dios y fue a preguntarle quien era y qué hacía allí.

Tras identificarse como Hermes, hijo de Zeus y nieto de Atlas y Pléyone, le dijo:

«Herse es el motivo de mi viaje; te ruego que ayudes a un enamorado».

Pero Aglauro pidió una gran cantidad de oro a cambio de esa ayuda que le solicitaba y lo echó de su casa mientras no se lo diera.

Atenea, que vigilaba a las hermanas y no estaba contenta con ellas desde el incidente con Erictión[1], suspiró pesadamente al ver la avaricia con la que se comportaba Aglauro y se dirigió a la casa de la Envidia. Vivía en un valle sin sol y sin brisa, rodeada de niebla. Llamó a las puertas y éstas se abrieron repentinamente, mostrando el interior de la casa donde Envidia se alimentaba de una víbora.

Asqueada, Atenea apartó la vista. La Envidia, de una delgadez extrema, piel pálida y dientes negros por el sarro se acercó a ella caminando lentamente y suspiró ante la belleza de la diosa. Atenea, aunque la aborrecía, hizo su petición:

«Infecta con tu negra baba a una de las hijas de Cécrope. Es necesario; se trata de Aglauro».

Después de eso salió a toda prisa de la casa. La Envidia, obedeciendo a la diosa, cogió su bastón de espinas y se dirigió envuelta de nubes negras hacia casa de Aglauro. Le tocó el pecho mientras dormía, infectando su interior con negra ponzoña, y le evocó imágenes de la boda de su hermana con el hermoso Hermes.

Durante días, Aglauro se fue consumiendo. Pensó en si contárselo a su severo padre, o incluso en morir para dejar de ver esas imágenes en su cabeza de la felicidad de su hermana. Finalmente, lo que hizo fue aposentarse en la entrada para impedir el paso a Hermes. Cuando éste volvió, ella dijo que no se movería de allí hasta que se fuera. Por ello, el dios la convirtió en una estatua de piedra. Sin embargo, la piedra no era blanca, sino oscura por lo que se había contaminado su mente.

Notas

[1] Atenea había encargado el cuidado de Erictión a las tres hermanas, pero el bebé iba en una cesta tapado y les había prohibido verlo. La curiosidad las venció y como castigo enloquecieron y se lanzaron por un acantilado. Esta historia de Ovidio es la única en la que siguen vivas después de ese incidente.

Marta Elías

Barcelonesa de nacimiento y corazón y viguesa de adopción. Estudio el grado de Historia por la UNED, con especial hincapié en la Historia Antigua. Escribo libros de aventuras en mis pocos ratos libres.

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