Episodios

Atalanta e Hipómenes

Atalanta fue una heroína beocia, hija del rey Esqueneo. Participó, con un papel realmente importante, en la cacería del jabalí de Calidón. También llegó a vencer en combate al poderoso Peleo. E, incluso, llegó a ser una de los Argonautas.

Tratándose de una hermosa pero también increíblemente valerosa mujer, Atalanta recibía constantes propuestas de matrimonio. Pero ella, consagrada a la diosa Ártemis, había decidido permanecer virgen. Aunque su padre la instaba, al menos, a considerar alguna de ellas.

Sorprendentemente, o quizás consciente de la imposibilidad de ser vencida, la fuerte doncella aceptó casarse, pero bajo una condición. Cualquier pretendiente que quisiese hacerse con su mano debería probar ser más rápido que ella. Para ello, concediéndoles una pequeña ventaja, tendrían que alcanzar la meta prevista antes de que Atalanta, armada con un venablo, les diese caza. El castigo para aquellos que no pudiesen vencerla sería, inevitablemente, la muerte.

A pesar de tan peligrosa prueba, a Atalanta no le faltaron pretendientes durante los meses siguientes. Pero todos caían, sin remedio, bajo la jabalina de la cazadora. Es por ello que Hipómenes, consciente de la dificultad de vencer por velocidad a Atalanta, pero enamorado de ella desde que participasen juntos en la cacería del jabalí, tuvo que recurrir a la diosa Afrodita para obtener una ventaja suficiente que le permitiese ganar la carrera.

Afrodita, aceptando la petición de Hipómenes, entregó al joven tres manzanas doradas recién recogidas del jardín de las Hespérides. Pero Hipómenes no terminaba de entender de qué le servirían, hasta que la diosa le contó minuciosamente el plan con el que sería capaz de obtener la mano de Atalanta.

Convencido ya de sus posibilidades de victoria, Hipómenes retó a Atalanta a una carrera. Acostumbrada a este ya rutinario proceso, Atalanta aceptó sin dudarlo; aunque en esta ocasión creyó ver algo especial en los ojos de su pretendiente. Quizás fuese la confianza en sí mismo que mostraba Hipómenes, o incluso algún indicio de verdadero amor hacia ella. Pero Atalanta, inmutable, no le dio más vueltas. Carecía de importancia, en unos minutos aquel hombre yacería en el suelo atravesado por su lanza.

La carrera comenzó, y en seguida Atalanta empezó a recortarle distancia a Hipómenes. Cuando el joven sintió los primeros síntomas de flaqueza, y abrumado por la poca distancia que lo separaba de su perseguidora, Hipómenes echó mano a su bolsillo y dejó caer una de las manzanas doradas al suelo.

Atalanta, sorprendida, bajó el ritmo para observar primero, y recoger después, aquella manzana dorada que se encontraba en el suelo. Al levantar los ojos vio que su presa había tomado ventaja, y aumentó el ritmo de carrera hasta que, pronto, lo volvió a tener a tiro. En ese instante Hipómenes soltó la segunda manzana, y de nuevo Atalanta perdió la concentración.

Pero aquello no volvería a pasar. Hipómenes avanzaba velozmente hacia la meta y Atalanta, haciendo acopio de fuerzas, corrió tan rápido como sus largas pero ya cansadas piernas se lo permitieron. De nuevo la velocidad de la fuerte muchacha se impuso y ésta volvió a dar alcance a Hipómenes. Confiada, Atalanta tomó su jabalina y apuntó a la espalda de aquel hombre que tan cerca había estado de vencerla. Ya era historia, pues en unos instantes aquel insensato tendría una lanza atravesada en el cuerpo.

Pero, una vez más, un brillo dorado desvió la mirada de la cazadora en el momento justo. Atalanta se frenó para recoger la tercera manzana; y, en esta ocasión, la encontró especialmente pesada. ¿Cómo era aquello posible? Perdida en estos pensamientos, cuando Atalanta  por fin levantó la cabeza tan solo pudo observar cómo Hipómenes cruzaba, agotado, la meta. Había sido vencida, y ahora debía tomar a aquel hombre por esposo.

Pero, afortunadamente para Atalanta, ésta pareció encontrar en Hipómenes a un hombre digno de su amor. De naturaleza heroica y aficionados ambos a la lucha, desde aquel momento fue habitual ver a la reciente pareja entrenando, practicando el tiro o de cacería por el bosque.

En una de sus frecuentes salidas de caza, Hipómenes y Atalanta se encontraron con un templo dedicado a la diosa Cibeles y decidieron entrar para descansar y, de paso, ofrecerle sus respetos a la diosa. Esto ofendió gravemente a Afrodita pues, desde que se prestase a ayudar a Hipómenes a vencer la carrera, la diosa había esperado infructuosamente a que el joven le agradeciese de algún modo su inestimable colaboración. Pero éste se encontraba tan embelesado por Atalanta que, irónicamente, había olvidado hacer un sacrificio en honor de la diosa gracias a la cual había logrado la mano de su flamante esposa.

Y es así como llegó la inevitable venganza de la humillada Afrodita. Utilizando sus poderes, la diosa del amor encendió los ánimos de la pareja, que apremiados por un descontrolado ataque de lujuria dieron rienda suelta a la pasión dentro del mismísimo santuario de Cibeles. Esto, a su vez, desató la ira de la diosa frigia; puesto que era totalmente inadmisible tal acto de blasfemia dentro de su recinto sagrado.

Fue por ello que Cibeles transformó a Atalanta e Hipómenes en leones macho —pues así no volverían a yacer juntos— y los condenó a tirar eternamente de su carro.

 

 

 

 

Alfonso Cuesta

Madrileño de pura cepa, pero bastante helenófilo. Estudié Historia en la UAH y Arqueología del Mediterráneo en la UCM. A veces bebo ouzo y bailo el sirtaki en la playa.

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