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Eos y Titono: el precio de la inmortalidad

Eos, la aurora de azafranado velo, era la encargada de anunciar cada día la salida de su hermano Helios, el Sol. Sin embargo aquello le dejaba mucho tiempo libre, por lo que era habitual que aprovechase para distraerse en tareas más mundanas. Era una diosa apasionada y soltera, lo que facilitaba que tuviese muchos escarceos amorosos. No solo con sus iguales titanes, sino también con los mortales más hermosos.

Uno de ellos fue Ganimedes, hijo del rey troyano Laomedonte. Pero Zeus se lo arrebató para convertirlo en su amante, y en copero de los dioses. Así que Eos decidió raptar al hermano de Ganimedes, el igualmente bello Titono. Pero aquello acabó siendo más que una aventura, pues ambos se enamoraron y decidieron, finalmente, casarse.

Fue entonces cuando Eos, embriagada por el amor que sentía por Titono, le pidió a Zeus que le otorgase la inmortalidad a su esposo como regalo de bodas. Y Zeus decidió concederle tal deseo. Eos irradiaba alegría, pues ahora podría vivir eternamente con su amado.

Los años pasaron y la felicidad embargaba al matrimonio, e incluso tuvieron dos hijos: Ematión y Memnón. Pero a medida que pasaba el tiempo las arrugas empezaron a aparecer en la frente de Titono.

Poco tardaron también en salirle las primeras canas. Primero, unas inapreciables hebras blancas; pero, al tiempo, toda su cabellera acabó tornándose gris. Zeus le había hecho inmortal, pero no le había concedido el don de la juventud eterna.

Finalmente los achaques de la edad empezaron a causar mella en el debilitado cuerpo de Titono. Cada vez le costaba más andar, y empezó a necesitar la ayuda de un bastón. También su espalda empezó a arquearse, a tal punto que cada año parecía un poco más pequeño. Titono empezó a mermar, hasta que fue necesario meterle en una canastilla de bebé. También el tono de su voz parecía disminuir en consonancia con su cuerpo. Las antaño graves y poderosas palabras que salían de su boca eran ahora molestos ruidos agudos.

Eos, cansada de cuidarle, le encerró en el dormitorio. Pero sus sollozos de rabia eran aún más desesperantes, y ya poco de hombre quedaba en él. Así que, para liberarle de su sufrimiento, la divina Eos decidió transformar definitivamente a Titono en la criatura pequeña y molesta en la que ya se había convertido: una cigarra.

Alfonso Cuesta

Madrileño de pura cepa, pero bastante helenófilo. Estudié Historia en la UAH y Arqueología del Mediterráneo en la UCM. A veces bebo ouzo y bailo el sirtaki en la playa.

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