Hermafrodito, como su nombre indica, era hijo de los dioses Hermes y Afrodita. Y al igual que ocurría con su nombre, el muchacho también heredó la belleza de sus padres.
Sin embargo, al ser un hijo extramatrimonial, Hermafrodito no fue criado en el Olimpo, sino en el monte Ida, donde las náyades se ocuparon de él. Pero al alcanzar los 15 años decidió salir a recorrer mundo y así, un buen día, llegó al territorio de Licia. Allí encontró un tranquilo estanque de aguas cristalinas y decidió pararse a descansar.
Pero no alcanzó a darse cuenta de que, tras unos frondosos arbustos, una curiosa ninfa lo observaba atentamente. Salmacis era su nombre, y al ver al joven Hermafrodito descansando en su territorio quedó totalmente prendada de él. Sigilosamente se afanó en retocarse la cabellera y arreglar su —prácticamente transparente— vestido, pues quería mostrarse lo más bella posible.
Una vez preparada, se acercó al muchacho y se le insinuó con dulces pero atrevidas palabras, que provocaron el sonrojo en la cara del joven. Insistente, Salmacis le pidió a Hermafrodito un beso, pero éste se negó e imploró a la ninfa que le dejase en paz. Salmacis se sorprendió ante la negativa de Hermafrodito, pero aceptó marcharse, a pesar de que, en ningún momento, dejó de mirar hacia atrás.
Por fin, al sentirse ya solo, Hermafrodito se relajó y decidió sentarse junto a la orilla. A continuación se descalzó y metió los pies en el estanque, comprobando la excelente temperatura del agua. Lógicamente acabaron entrándole ganas de bañarse por lo que, desvistiéndose previamente, no dudó en sumergirse lentamente en el estanque.
Pero al ver al muchacho desnudo, la descarada ninfa acuática, que no había sido capaz de aplacar sus deseos y había seguido espiando a Hermafrodito desde lo lejos, se deshizo rápidamente de sus ropajes y se lanzó al agua, pensando que el joven no se le resistiría en su propio terreno. Una vez dentro del agua, la lujuriosa ninfa no dudó en rodear al muchacho con sus brazos mientras intentaba besarle por todo el cuerpo. Hermafrodito se intentaba resistir, pero en aquellas circunstancias la ninfa era mucho más fuerte y rápida que él.
Una vez asido con firmeza, Salmacis imploró a los dioses que no le permitiesen a Hermafrodito separarse jamás de ella. Y sorprendentemente los dioses aceptaron, fundiendo los cuerpos de ambos en un único ser, que ya no era ni hombre ni mujer, sino ambos. Hermafrodito, aceptando su destino, tan solo pidió un último deseo a sus queridos padres, que tuvieron a bien aceptar: que, desde entonces, cualquier hombre que se bañase en aquel estanque corriese su misma suerte, siéndole arrebatada la virilidad al entrar en contacto con sus aguas.
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