Quíone era una joven de extraordinaria belleza a quien no le faltaban los pretendientes, tanto humanos como divinos. En una ocasión, Apolo y Hermes la vieron a la vez y ambos la desearon ardientemente.
El primero decidió esperar a que cayera la noche para abordarla. Sin embargo, el dios de los engaños no tuvo tanta paciencia. Tocándola con el caduceo, infundió en Quíone un dulce sueño. No tan dulce es lo que pasó a continuación, ya que Hermes la tomó sin que ella pudiera evitarlo.
Apolo, como hemos dicho, esperó a que oscureciera y se le acercó tomando la forma de una vieja. También yació con ella esa noche.
Quíone dio a luz dos mellizos, cada uno de un padre diferente. Autólico, hijo de Hermes, heredó de su padre su maestría para el latrocinio; Filamón, hijo de Apolo, fue un virtuoso de la cítara y el canto.
Y la joven madre, orgullosa de haber atraído a dos dioses diferentes y de ser hija del valiente Dedalión y nieta de Héspero[1], se creyó en posición de criticar nada menos que a una diosa. Quíone puso en duda la belleza de Ártemis, a lo que ésta respondió disparando una flecha que se clavó directamente en su lengua impía.
La muchacha murió desangrada y su padre la lloró, desolado. Mientras veía cómo ardía en la pira, el afligido Dedalión intentó lanzarse a ella cuatro veces. Pero no era voluntad de los dioses que pereciera de esa forma. Entonces se lanzó a la carrera hacia la cima del monte Parnaso para arrojarse al vacío desde allí. Apolo, compadecido, le dio alas durante su caída y lo convirtió en gavilán.
[1] Héspero es hijo de Céfalo y Eos y la personificación del Lucero del alba.
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