Perseo y Atlas

Tras matar a Medusa, Perseo volaba de vuelta a su hogar, pero los vientos le arrastraban hacia el oeste. Así le sorprendió la noche en el dominio de Atlas, allá donde se pone el sol. El héroe decidió detenerse a descansar y reanudar su viaje cuando fuera de día, pero para ello tendría que pedir hospitalidad al titán.

Éste se encontraba sujetando la bóveda celeste con sus brazos como castigo de Zeus. Perseo, creyendo que sería más fácil que accediera a acogerlo si le impresionaba con su linaje, le informó de que era un hijo de Zeus.

Pero a Perseo no le salió bien la jugada, ya que tiempo antes, Atlas había recibido un oráculo que vaticinaba la llegada a su tierra de un hijo de Zeus que robaría las manzanas de oro que guardaban sus hijas, las Hespérides.

Creyendo que Perseo era dicho vástago, el titán lo echó sin contemplaciones. Pero Perseo no pensaba aceptar un no por respuesta. Iba a parar allí a descansar quisiera su anfitrión o no, así que sacó la cabeza de Medusa y petrificó a Atlas.

El titán, que destacaba por su gran tamaño, se convirtió en la inmensa cordillera del mismo nombre que hoy se sitúa en el norte de Marruecos. Tan elevada que continuó así sujetando el cielo sobre sus cumbres.

Ovidio nos cuenta esta versión, que no terminaría de encajar con la historia de Heracles. Años después, éste fue a por las manzanas de oro del jardín de las Hespérides para uno de los trabajos encomendados por Euristeo. Allí habría engañado dos veces al titán; primero para que cogiera en su lugar algunas manzanas, y luego para que volviera a sujetar el cielo. De haberlo petrificado antes Perseo, este mito ya no tendría sentido.