Pitón era una enorme serpiente que en los orígenes de los pueblos atemorizaba a los hombres. Era hijo de Gaia y tenía la capacidad de pronunciar oráculos, cosa que hacía en el Monte Parnaso.
Por una profecía, Pitón sabía que su destino era morir a manos del hijo de Leto. Es por eso que, al enterarse de que estaba embarazada, comenzó a perseguirla para eliminarla y, con ella, la amenaza que suponía. Sin embargo, Bóreas, el viento del norte, se la arrebató por orden de Zeus para protegerla.
A los cuatro días de nacer, Apolo quiso vengarse de la serpiente por intentar matar a su madre. Se dirigió hacia el Monte Parnaso y allí la acribilló a flechazos. De su cuerpo salió un veneno negro; de sus restos se decía que fueron enterrados en el templo, bajo el ónfalos.
Así le arrebató el control del oráculo de Delfos. Para recordar su victoria instauró unos juegos llamados píticos, en el que los ganadores recibían una guirnalda de hojas de roble. En ese primer momento, Apolo aun no tenía como símbolo el laurel.
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