Llegó el momento de que Tindáreo casara a sus hijas, Helena y Clitemnestra, y esto representaba un problema. Las dos eran princesas bellas jóvenes, pero Helena —que en realidad era hija de Zeus— destacaba ya desde pequeña por su gran belleza.
El rey de Esparta prometió a Clitemnestra con Agamenón de Micenas, pero temía que éste la repudiara por preferir a Helena. Pero no era el único interesado en ella; los reyes y príncipes de la Hélade llegaron en gran número para pedir a la muchacha en matrimonio.
Tindáreo se alarmó al ver la gran cantidad de pretendientes, puesto que, eligiera a quien eligiera, los demás se ofenderían y podría haber conflictos. Uno de éstos era Odiseo, que luego sería célebre por su inteligencia. Haciendo ya gala en su juventud de este don, el príncipe de Ítaca tuvo una idea.
Primero hizo prometer a Tindáreo que, si él le ayudaba con los pretendientes, el rey de Esparta le concedería la mano de su sobrina, Penélope. Tindáreo aceptó y escuchó la propuesta, que consistía en hacerles prestar un juramento a todos antes de saber quién era el elegido.
Para ello sacrificó un caballo y colocó un trozo en la mano de cada uno de los pretendientes. Mediante este ritual prometieron defender a Helena y al futuro marido de cualquier ultraje cometido contra su matrimonio.
Tras eso, Tindáreo anunció al elegido, que sería Menelao, hermano de Agamenón. Él heredaría el trono de Esparta. Años después, cuando Paris se llevó a Helena, todos los que prestaron juramento en este momento —incluido Odiseo, a pesar de haber pactado antes el matrimonio con Penélope— se vieron comprometidos a acompañar a Agamenón y Menelao a la Guerra de Troya.
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