Antíope era una princesa tebana, hija del regente Nicteo. Y tan bella era que el propio Zeus quedó prendado de ella y, convertido en sátiro, la forzó mientras dormía, de tal suerte que Antíope quedó encinta del dios del Olimpo.
Al enterarse del embarazo de Antíope, lo cual en su cabeza constituía una gran afrenta para la honra familiar, Nicteo quiso castigarla acusándola de blasfemia. El desconfiado regente no se terminaba de creer que el padre fuera realmente el divino Zeus y pensaba que era una simple excusa de su hija para esconder una relación prematrimonial. Antíope, asustada por las posibles represalias de su padre, decidió huir a Sición, donde fue acogida por el rey Epopeo, con quien más tarde se casó.
Nicteo, sintiéndose traicionado, declaró la guerra a los sicionios. Mas en la subsecuente contienda perdieron la vida tanto Epopeo como el propio Nicteo, quien en sus últimos estertores hizo prometer a su hermano Lico que se encargaría de castigar el crimen de su hija Antíope.
De vuelta a Tebas, la muchacha, capturada por su tío, dio a luz a un par de varones en una encrucijada cercana al monte Citerón. Por decisión de Lico los gemelos fueron abandonados a la intemperie para ser presa de las bestias salvajes, pero un humilde boyero los encontró por casualidad y los crió como propios, dándoles los nombres de Zeto y Anfión.
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