Episodios

Cíniras y Mirra

Cíniras era el rey de Chipre, y junto a sus varias esposas y amantes tuvo una vasta prole, entre las que destacaba una hermosa hija llamada Mirra. Tal era su belleza que, al alcanzar la adolescencia, su madre (la reina Cencreide) la proclamó más bella que la propia Afrodita, lo cual no sentó nada bien a la diosa del amor. Ésta decidió vengarse haciendo que Mirra se enamorase de su propio padre. Así, la joven empezó a sentirse poco a poco atraída por el rey Cíniras.

Consciente de lo moralmente inadecuado de este enamoramiento, Mirra tomó su cinturón y, atándoselo al cuello, intentó ahorcarse. Pero la casualidad quiso que en ese preciso momento su vieja nodriza entrase a la habitación y viese a su querida niña a punto de suicidarse. La niñera corrió hacia Mirra y, afortunadamente, consiguió salvarla de las garras de la muerte. Tras consolarla, escuchó entre sollozos la terrible causa que había provocado los deseos de morir en la joven, por lo que se decidió a ayudarla a pesar de lo desagradable del asunto. Al fin y al cabo prefería verla con su propio padre antes que verla muerta.

Fue así como planeó el secreto encuentro. La nodriza había contado al rey Cíniras que una bella muchacha deseaba encontrarse con él durante la noche, pero debido a su enorme timidez le insistía en que permaneciesen a oscuras. La lujuría se adueñó al momento de Cíniras, quien accedió alegremente al encuentro. Así, amparados por la oscuridad de la noche, Mirra consiguió lo que tanto ansiaba su corazón envenenado por Afrodita, y se unió carnalmente con su progenitor. Fueron pasando los días, y con ellos sus noches, y sin faltar a una sola cita la joven siguió visitando a su padre en su alcoba al ponerse el sol.

Pero, llevado por una creciente curiosidad, la duodécima noche el rey no pudo resistirlo más y encendió una antorcha para poder ver el rostro de su amada, descubriendo entonces la secreta identidad de la joven. Al percatarse de que durante todo este tiempo se había tratado ni más ni menos que de su propia hija, Cíniras, totalmente enajenado por la rabia, desenvainó su espada e intentó matarla. Pero Mirra consiguió zafarse y salir de la habitación y, huyendo del palacio, se dirigió a toda velocidad hacia el bosque, donde consiguió dar esquinazo a su padre.

Desgraciadamente, Mirra había quedado encinta tras los numerosos encuentros con su padre; y tal deshonra la obligó a permanecer vagando en el bosque para evitar caer en mayor desgracia. Durante nueve meses imploró a los dioses el acabar con su sufrimiento, sin recibir respuesta alguna. Tras todo este tiempo, Mirra ya no deseaba permanecer en el mundo de los vivos pero, invadida por la vergüenza de sus actos, tampoco se creía merecedora de unirse a los muertos. La misma Afrodita, que había sido el origen de sus desgracias, finalmente se apiadó de ella y la transformó en un pequeño árbol que desde entonces lleva su nombre. Y de sus continuas lágrimas se obtendría aquella sustancia resinosa que conocemos también como mirra.

 

(Continúa en La muerte de Adonis)

Alfonso Cuesta

Madrileño de pura cepa, pero bastante helenófilo. Estudié Historia en la UAH y Arqueología del Mediterráneo en la UCM. A veces bebo ouzo y bailo el sirtaki en la playa.

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