Eco y Narciso
Eco era una oréade, una ninfa de las montañas y las grutas, que habitaba en el Monte Helicón. Allí, Zeus solía tener aventuras con otras ninfas y Eco, mientras tanto, entretenía a Hera contándole historias con su bonita voz.
Cuando la diosa supo de este engaño, castigó a Eco haciendo que solo pudiese repetir los últimos sonidos de otra persona y nunca ser ella quien iniciara la conversación. Por ello, Eco tuvo que retirarse y vivir una vida solitaria.
Por su parte, Narciso fue hijo del dios fluvial Céfiso y de la náyade Liríope. Ésta preguntó al famoso adivino Tiresias si su hijo viviría mucho, y él contestó que sí, siempre y cuando no se conociera a sí mismo.
A los quince años, Narciso ya era un joven de gran atractivo, pretendido por chicos y chicas. Eco se enamoró de Narciso a primera vista y comenzó a seguirlo mientras el joven cazaba. Un día, el sonido de una rama rota la delató. Narciso preguntó quién estaba allí, pero la ninfa solo podía repetir las últimas palabras. Harto de esa voz que solo repetía sus palabras, le pidió que se acercara. La ninfa lo hizo e intentó abrazarlo, pero Narciso se deshizo de ella, diciéndole:
“Prefiero morir a que goces de mí”
Humillada y avergonzada, Eco volvió a esconderse mientras Narciso proseguía con la caza. Pero Eco no era la única a la que el atractivo joven había desdeñado. Otro de sus pretendientes había deseado que se enamorara como él y no consiguiera lo que ama, y Némesis, que castigaba el orgullo, atendió a esa petición.
Narciso se detuvo a descansar junto a una fuente de agua clara, de la que bebió. Pero entonces contempló su reflejo y el castigo por su soberbia se ejecutó; quedó prendado de sí mismo hasta la obsesión. No se apartaba ni por hambre ni por cansancio y lloraba amargamente por no poder conseguir aquel a quien anhelaba.
Eco contemplaba su sufrimiento, pero solo podía repetir sus lamentos hasta que, finalmente, el muchacho se consumió y murió a la orilla de la fuente. Las ninfas lloraron su muerte, pero no pudieron preparar una pira para su cuerpo porque en su lugar solo quedaba una flor.
Incluso en el Hades, Narciso continuó mirando su propio reflejo en la laguna Estigia. Eco, por su parte, adelgazó por el dolor del rechazo y el sufrimiento hasta que de ella solo quedó la voz. Nadie pudo volver a verla, solo a escuchar su eterno castigo.