Episodios

El sacrificio de Políxena

Los aqueos celebraron un banquete en su campamento para celebrar la victoria tras la caída y el saqueo de Troya. Después se retiraron a sus tiendas a descansar, puesto que todavía tenían por delante la larga vuelta a casa.

Neoptólemo se encontraba profundamente dormido cuando el espíritu de su padre, Aquiles, se posó sobre su cabeza y le susurró su última voluntad. Quería que sacrificaran a Políxena, la hija del rey Príamo, sobre su tumba.

Se había prendado de ella al verla y quería negociar con los troyanos el matrimonio. Para ello acudió sin armas al templo de Apolo Cimbreo, donde sufrió una emboscada en la que Paris le disparó la certera flecha que acabó con su vida.

El alma de Aquiles pidió a su hijo que advirtiera a los aqueos de que su cólera era aun más terrible que cuando Agamenón le quitó a Briseida. Si no realizaban este sacrificio se encargaría de lanzarles una tempestad tras otra para impedir su vuelta a casa. Sin embargo, les permitiría darle sepultura aparte al cuerpo.

Cuando llegó el alba, los aqueos se levantaron dispuestos a arrastrar sus naves hasta el mar. Pero Neoptólemo los detuvo y les explicó con detalle todo lo que le había dicho su padre la noche anterior. Sus compañeros, viendo las aguas agitadas y las nubes de tormenta que se cernían sobre ellos, consideraron oportuno no ignorar esta amenaza.

Trajeron a rastras a la joven Políxena, que se retorcía entre los brazos de sus captores gritando y llorando. Mayores aun eran los lamentos de su madre, Hécuba, que esa misma noche había soñado con la tumba de Aquiles manchada de sangre y temía que fuera un presagio de que más desgracias que se avecinaban. No se equivocaba.

Neoptólemo sujetó a Políxena con la mano izquierda, mientras con la derecha desenvainaba la espada y tocaba la tierra de la tumba con ella. Así habló:

«Escucha, padre, la plegaria que te dirigen tu hijo y los demás argivos, y no sigas aun cruelmente disgustado con nosotros, pues ya vamos a llevar a cabo todo cuanto en tu mente pretendías: senos tú propicio, concediéndonos pronto el grato regreso en respuesta a nuestros ruegos».

Dicho esto, Neoptólemo hundió la espada en la garganta de Políxena y la dejó caer sobre la tierra, que al momento empezó a teñirse de rojo. Luego llevaron el cadáver a Anténor, que había sido el consejero de Príamo, para que se ocupara de la sepultura.

Una vez su cuerpo estuvo enterrado frente al templo de Atenea, las olas se calmaron y las nubes se disiparon. Los aqueos ya podían regresar a sus hogares.

Marta Elías

Barcelonesa de nacimiento y corazón y viguesa de adopción. Estudio el grado de Historia por la UNED, con especial hincapié en la Historia Antigua. Escribo libros de aventuras en mis pocos ratos libres.

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