Fineo, rey de Tracia, había recibido de Apolo el don de la profecía. Sin embargo, lo utilizó para revelar las intenciones de los dioses y por ello Zeus lo castigó: lo dejó ciego y lo condenó a pasar hambre, pues las Harpías le arrebatarían la comida cada vez que estuviera la mesa puesta. La poca que dejaran quedaría apestada y sería imposible llevarla a la boca. Además, lo dotó de una vejez duradera para prolongar su miserable situación.
Cuando los Argonautas llegaron a Salmideso, Fineo los escuchó y supo que eran los que conseguirían que pudiera por fin librarse del castigo de Zeus y comer en paz. El anciano, que era solo piel y huesos, fue a recibirlos con dificultad apoyado en su báculo. Las piernas le temblaban de la debilidad y se desplomó al llegar al umbral de su puerta.
Los Argonautas, al verlo, se apresuraron a socorrerlo y, con solo un hilo de voz, Fineo les lanzó su profecía: si realmente eran ellos los que viajaban en la nave Argo al mando de Jasón, entonces eran los destinados a liberarlo. Y, además, no por unos desconocidos, sino por sus propios cuñados. Fineo había sido esposo de Cleopatra, hermana de los Argonautas gemelos Zetes y Caláis.
Éstos eran hijos de Bóreas, el dios del viento del norte, y Oritía, y poseían alas que les permitían volar. Los hermanos primero quisieron asegurarse de que liberándolo no serían castigados por ninguna divinidad. Entonces, los otros Argonautas prepararon la mesa como trampa para atraer a las criaturas, que aparecieron de inmediato. Zetes y Caláis, ya preparados con sus espadas en mano, comenzaron a perseguirlas hasta las islas Estrófades. Allí, su hermana Iris intercedió por ellas y juró por el Estigia que no molestarían más a Fineo.
El anciano adivino al fin pudo saciar su hambre en el banquete que dieron a continuación, y en agradecimiento reveló a los Argonautas cómo sortear uno de los peligros que tenían por delante: el paso a través de las rocas Simplégades, que chocaban entre sí y destrozaban las naves de los marineros. Debían soltar una paloma entre las rocas y comprobar si sobrevivía. En caso afirmativo, podrían pasar. En caso contrario, tendrían que retroceder.
La colisión de las rocas solo arrancó la punta de la cola a la paloma, por lo que los Argonautas pasaron y solo perdieron la punta de la popa. Desde entonces, las Simplégades quedaron ancladas y dejaron de ser un peligro para los navegantes.
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