Tras el rapto de Egina por parte de Zeus y el nacimiento de su hijo Éaco, la isla donde la había llevado tomó el nombre de la ninfa. Hera, enfadada por todo ello, envió una plaga sobre esta tierra. Primero se instaló una densa calima que, junto a los calientes vientos del sur, provocaron una sequía de varios meses. Debido a ello, las serpientes camparon a sus anchas y envenenaron las fuentes de agua con su ponzoña.
Uno a uno, los animales y habitantes de la isla fueron muriendo. El propio Éaco, al ir a hacer un sacrificio, vio como el toro que iba a ser inmolado moría de la propia enfermedad antes de que lo tocara el cuchillo. Los cadáveres se amontonaban en las calles. Desesperado, Éaco acudió a su padre y le pidió que o le devolviera a los suyos, o lo matara a él también.
En ese momento hubo un relámpago y un trueno, que Éaco interpretó como una señal favorable de Zeus. Entonces se fijó en una encina consagrada a su padre, cuya corteza recorrían numerosas hormigas.
«Dame tú, el mejor de los padres, otros tantos ciudadanos, y rellena mis murallas vacías.»
El tronco tembló y las ramas empezaron a agitarse pese a la ausencia de viento. Pero no pasó nada más. Entonces, Éaco se retiró y lo venció el sueño. Durante la noche, en su mente vio aquella encina y cómo las hormigas empezaban a convertirse en humanos.
Al despertarse no creyó en que esa visión hubiera sido real y se sintió decepcionado con los dioses por no haber escuchado su plegaria. Sin embargo, desde su casa le pareció oír el murmullo de voces extrañas. De repente apareció su hijo Telamón, que le anunció que algo extraño había sucedido y le instó a salir a la calle.
Allí estaban los hombres que había visto en su sueño. Era capaz de reconocerlos uno a uno. Ellos se dirigieron a él como rey y Éaco, tras cumplir con las ofrendas correspondientes a Zeus, repartió las propiedades de los difuntos habitantes de Egina entre la nueva población.
Los llamó mirmidones para que conservaran parte de su origen. Y, como las hormigas de las que provenían, era una raza resistente al trabajo y que conservaba lo ganado.
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