La disputa de Afrodita, Hera y Atenea sobre quién de las tres era la diosa más bella no solo acabó con la ruptura del matrimonio entre Helena y Menelao. Paris, el elegido para resolver el conflicto, tampoco estaba soltero.
Cuando Paris aún era un pastor pobre en las faldas del monte Ida se enamoró de Enone, una ninfa hija del río Cebrén. Ésta había aprendido de Apolo las artes de la adivinación y de la curación. El joven le juraba su amor, pero ella sabía que, aunque en ese momento era verdad, no sería para siempre.
Zeus lo designó para emitir su famoso juicio y los jóvenes amantes se despidieron entre lágrimas. Enone rezó para que el futuro que veía no se cumpliera y volviera junto a ella. Desafortunadamente no fue así.
Enone le había dicho a Paris antes de partir que que volviera junto a ella si alguna vez resultaba herido, porque sería la única que podría curarlo. Y eso hizo. Cuando Filoctetes le atravesó con sus flechas, Paris recordó esas palabras y envió un mensajero a buscarla. Pero Enone, todavía despechada, contestó que le ayudara Helena.
La ninfa se arrepintió enseguida y puso rumbo a Troya al poco, pero el mensajero llegó antes con la respuesta negativa. Al saber que su otrora esposa no iba a curarle, Paris perdió toda esperanza y murió. Fue entonces cuando llegó Enone y encontró el cuerpo frío del príncipe troyano. Atenazada por la culpa, la ninfa se ahorcó.
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