Episodios

Biblis y Cauno

Mileto, hijo de Apolo y rey de la región de Caria, tuvo con la ninfa Cianea dos hijos mellizos: Biblis y Cauno.

Biblis sentía un amor muy grande hacia su hermano Cauno, del que se decía que era tan bello como su abuelo Apolo. Al principio creía que ese sentimiento era inofensivo; que sus besos y abrazos solo eran fruto del cariño fraternal. Pero cada vez que lo veía se arreglaba para estar más atractiva, y si había alguna otra joven bella presente, sentía celos. Con el tiempo fue aborreciendo cualquier término que señalara su parentesco. No quería que la llamara «hermana», sino por su nombre.

Era capaz de refrenar esos pensamientos indebidos durante el día. Pero una noche tuvo un sueño en que ambos se unían físicamente. Reflexionó sobre él y llegó a la conclusión de que no debía intentar nada porque sería censurable, pero nadie le impedía evocar las imágenes de sus sueños y disfrutar de ellas durante las noches.

Sin embargo, eso no era suficiente para apagar la pasión que la consumía. Discutió consigo misma y se recordó que hasta los dioses se habían unido entre hermanos, como los propios Zeus y Hera. Finalmente se armó de valor y resolvió que fuera el propio Cauno quien diera el paso, si así lo deseaba.

Cogió una tablilla y un punzón y, tras mucho pensar, escribir, arrepentirse, borrar, reescribir y censurar, redactó una carta confesando su amor. Le decía que había intentado reprimirlo, pero que no podía más y le hacía partícipe de sus reflexiones sobre los matrimonios divinos y las leyes humanas.

Mojó el sello en sus propias lágrimas y llamó con voz temblorosa a un mensajero para que llevara las tablillas a Cauno. Pero, al dárselas, éstas cayeron al suelo. Por un momento, Biblis temió que eso fuera un mal augurio. Sin embargo, ordenó que se las llevara igualmente.

Cauno, tras leer solo una parte, lanzó las tablillas y se contuvo a duras penas de agredir al muchacho que había traído consigo el desafortunado mensaje. Le dio este a cambio:

«Escapa mientras puedas, oh criminal responsable de una pasión prohibida, escapa, porque si tu muerte no se llevara consigo también nuestro honor, recibirías ahora mismo esa pena».

El mensajero corrió a transmitir estas palabras a Biblis, que palideció ante el rechazo y se dio cuenta del error que había cometido poniendo en palabras esos sentimientos indebidos en vez de hacer que permanecieran ocultos. Pero entonces empezó a buscar otros culpables. El momento elegido por no haber hecho caso al augurio al romperse las tablillas. El medio, puesto que si la hubiera visto en persona podría haberle conmovido con sus lágrimas y haberle abrazado y besado. Quizá la culpa fuera incluso del mensajero, por no haberle abordado en el momento oportuno.

Biblis decidió que, una vez que su deshonroso secreto había salido a la luz, no tenía sentido negarlo porque parecería que había sido solo fruto del capricho. Así que decidió seguir adelante con su pretensión e insistió a su hermano, esta vez en persona. Cauno, harto de rechazarla, abandonó su patria y fundó una nueva ciudad fortificada con murallas.

Al saberlo, la joven, se desesperó y rasgó sus vestiduras. Perdió por completo la cordura y salió en busca de su hermano. Atravesó las tierras de distintos pueblos hasta que, cuando se encontraba en la de los léleges, sucumbió al agotamiento. Se derrumbó sobre el manto de hojas y las náyades intentaron reconfortarla sin éxito.

Consumida por sus lágrimas, las ninfas hicieron brotas de ellas, bajo una negra encina, una fuente que nunca se secara y que llevaba su nombre.

Esta versión que os hemos contado es la más popular, narrada por Ovidio. Sin embargo, existen otras versiones minoritarias.

Partenio de Nicea nos cuenta dos. En la primera, la historia es a la inversa. Es Cauno quien se enamoró de Biblis y, como ella no le correspondía, abandonó el reino. La otra coincide con la de Ovidio, salvo por el final de Biblis. A irse Cauno, ella se colgaba de un árbol con el lazo de su pelo.

Antonino Liberal cuenta una versión distinta en la que Biblis, enamorada perdidamente de su hermano y consciente de lo imposible de ese amor, decidió lanzarse desde lo alto de una roca. Pero las ninfas lo impidieron convirtiéndola en una Hamadríade, una ninfa de los árboles.

 


Bibliografía

  • Ovidio: Metamorfosis, IX, 446-665
  • Partenio de Nicea: Sufrimientos de amor, 11
  • Antonino Liberal: Metamorfosis, XXX

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies