El luto de Laodamia
Continúa desde El sino de Protesilao
Tras haber sido el primer aqueo en pisar suelo troyano, tal como el oráculo había predicho, el valiente Protesilao cayó en la batalla a manos de Héctor, matador de hombres. Un aciago destino para aquel que había sido arrebatado de los brazos de su flamante esposa en el día de sus nupcias.
Es por ello que los dioses tuvieron a bien concederle a Laodamia tres horas con el espíritu del malogrado Protesilao, para que los esposos pudieran despedirse apropiadamente. Mas aquel corto espacio de tiempo pasó en apenas un suspiro y supo a bien poco a Laodamia, quien no tardó en volver a llorar la muerte de su esposo.
Es por ello que la afligida viuda mandó fundir una estatua de bronce en honor de su difunto marido y, sin ningún tipo de pudor, la colocó en el lecho conyugal que deberían haber compartido en vida.
Una mañana, cuando el servicio se disponía a despertar a sus señores, un sirviente de palacio observó a través de una hendidura de la puerta cómo Laodamia abrazaba y besaba a la estatua del difunto Protesilao. Creyendo, erróneamente, que se trataba de un nuevo amante, el sirviente no dudó en contárselo al rey Acasto, quien corrió alarmado hacia las estancias de su hija.
Cuando Acasto irrumpió en la alcoba de Laodamia no pudo ser mayor su sorpresa, pues en vez de encontrar a su hija incumpliendo el apropiado periodo de luto, Acasto descubrió que aquel supuesto hombre que abrazaba su hija no era sino una estatua del difunto Protesilao.
Pensando que ello ayudaría a que su hija dejase de atormentarse con el recuerdo de su esposo, Acasto mandó construir una pira e hizo quemar la efigie de Protesilao. Pero la afligida Laodamia fue incapaz de superar su dolor y decidió quitarse la vida arrojándose ella también a la pira para, así, pasar el resto de la existencia con su añorado esposo.