Los fantasmas de Troya
En este artículo os vamos a hablar de fantasmas mitológicos. ¿Sabíais que los guerreros caídos durante la guerra de Troya se aparecían en la región? ¡Y hasta profetizaban cosas!
Todo lo que os vamos a contar lo dice Filóstrato de Atenas, un sofista del siglo II, en su obra «Heroico». Está escrito en forma de diálogo entre un visitante fenicio y un cultivador de viñas. Éste último le habla al primero de las apariciones de héroes como Aquiles, Héctor o Áyax.
A Aquiles lo reconocían por su gran belleza, su imponente estatura y por el brillo de sus armas. Con algunas personas hablaba y solía verse de caza. Otra cosa que acompañaba siempre a la aparición era un vendaval desde atrás.
A Áyax le echaban la culpa de todo lo que le pasara al ganado. Recordemos la historia de su muerte, cuando enloqueció y empezó a matar ovejas pensando que eran Agamenón, Odiseo y los demás aqueos. Al recobrar la lucidez y ver que había matado animales domésticos, se suicidó.
Ni muerto se quitó ese estigma. Los pastores de la región no llevaban a los animales cerca de su túmulo por si la hierba crecía envenenada. Pero en una ocasión en la que el ganado enfermó, fueron varios a insultarle a su tumba. Se llevaron un buen susto. Dicen que lo oyeron gritar desde dentro del túmulo y hacer sonar sus armas como en la batalla. Algunos se cayeron de la impresión, y otros huyeron despavoridos.
También se apareció ante unos pescadores que se pusieron a jugar al chaquete[1] junto a su lugar de descanso eterno. Áyax les pidió que jugaran a otra cosa, porque ese juego le recordaba mucho a su amigo Palamedes y, peor aún, a su común enemigo: Odiseo.
Héctor tenía más mal genio cuando se aparecía. Cuentan que llegó un joven procedente de asiria y se burló de él. Decía cosas como que seguro que ni siquiera había matado a Patroclo y, en vez de eso, había huido o que él mismo tenía la culpa de que Aquiles lo hubiera arrastrado.
Es más, había en Troya una gran estatua suya que era el orgullo de sus habitantes, y este chico decía que seguro que no pertenecía a Héctor, sino a Aquiles tras cortarse el pelo por el luto de Patroclo.
Cuando ya se marchaba, un río tan pequeño que no tenía ni nombre creció de repente de forma desmedida. Los que pudieron huir contaron que vieron a un guerrero al que reconocieron como Héctor exhortando al río a embestir al joven. El agua lo engulló y no se encontró su cadáver.
Otra historia nos habla de un agricultor que admiraba tanto a Palamedes que se paseaba por donde lo lapidaron llorando por él, le dedicaba su mejor vino y hasta llamó Ulises a su perro para molerlo a palos en nombre de su héroe favorito. Al final, Palamedes se le apareció.
Cuando se dio cuenta de quién era, se le abrazó —¿y lo atravesó? No lo sabemos—. Hasta le dijo que lo quería, y que menos mal que Odiseo no estaba ahí enterrado, que hubiera saqueado su tumba. Os dejamos aquí lo que dice Filostrato exactamente:
«Te quiero, Palamedes», dijo, «porque en mi opinión has sido el hombre más inteligente
y justo, campeón en todo lo que se refiere a la sabiduría, y porque has sufrido, a manos de los aqueos, una muerte digna de compasión, por las tretas que contra ti maquinó Ulises; si este
tuviera aquí su tumba, ya hace tiempo que la hubiera saqueado; es un ser infame y más vil que este perro al que crío en recuerdo suyo.»
El fantasma tenía que premiar a ese hombre por tanta lealtad, así que le preguntó qué era lo que más temía. El agricultor le dijo que el granizo, que le destrozaba la vid. Palamedes le hizo atar con una correa una de las plantas, y a las demás ya no les pasaría nada.
Patroclo era otro que se apareció cuando dos jóvenes se pararon a jugar al chaquete junto a la tumba de Aquiles. En un momento dado, uno empezó a golpear con el cayado al otro. El espectro los detuvo al grito de «¡ya está bien!, ¡con una muerte por culpa de los astrágalos basta!»
Antíloco, el hijo de Néstor que murió a manos de Memnón, protagonizó un caso de acoso, ¡pero de una mortal hacia él! Se le apareció a una chica en la ribera del Escamandro, y ésta se enamoró y no lo dejaba en paz. El fantasma era el atormentado.
Por último, todos estos fantasmas también podían predecir el futuro en función de cómo se aparecieran. Si estaban cubiertos de polvo, habría sequía. Si aparecían sudados, habría inundaciones. Llenos de sangre, habría epidemias. Si no aparecían cubiertos de nada de eso, anunciaban bonanza para los pastores y campesinos.
Bibliografía
- Filóstrato: Heroico, 18-22
Notas
[1] El chaquete es una especie de backgammon que se decía que había inventado Palamedes.