El oro del rey Midas
Dioniso se dirigía hacia la India cuando Sileno, uno de los sátiros de su comitiva, se perdió y llegó a tierras del rey Midas, de Frigia. Unos campesinos lo encontraron y lo apresaron para llevarlo ante el soberano. Sin embargo, este lo reconoció y lo acogió con una gran hospitalidad.
Después de festejar durante varios días, Midas llevó a Sileno de vuelta junto a Dioniso, que, para agradecerle el favor de devolverle a su compañero, quiso otorgarle un deseo. El rey pidió que todo lo que tocase se convirtiese en oro, y Dioniso así lo hizo, aunque se lamentó de que no pidiera algo mejor.
Pero a Midas ese don parecía maravilloso. Por el camino iba tocando todo y comprobaba como árboles, rocas o frutos se convertían en el preciado metal. Sin embargo, el rey pronto se dio cuenta de que moriría de inanición o sed, puesto que tanto los alimentos como la bebida que tocaba también se convertían en oro.
Desesperado, el soberano fue en busca de Dioniso para pedir que le quitase el poder que le había concedido. El dios le ordenó lavarse en las aguas del río Pactolo. Midas obedeció y, en cuanto su cuerpo tocó el agua, ésta se volvió del color del oro y el río pasó a llamarse Crisórroas, que significa «corriente dorada».