Áyax el Grande
Áyax, apodado el Grande por su envergadura, hijo del rey Telamón de Salamina y nieto de Éaco, fue uno de los guerreros destacados de la Guerra de Troya. Estaba al mando de las doce naves de su contingente.
Se lo describe como un guerrero rudo, con poca sensibilidad para las artes, a diferencia de su primo Aquiles. Sin embargo, es bondadoso, honorable y temeroso de los dioses. Destacaba por su gran tamaño físico y su autocontrol, así como por su gran escudo de siete capas de piel de buey y una de bronce.
Heracles, cuando fue a Salamina para pedir a Telamón que lo acompañara en su expedición contra Troya, rogó a los dioses que concedieran a este un hijo tan fuerte como el león de Nemea. Zeus aceptó y envió como señal un águila. En otra versión, cuando Heracles llegó, Áyax ya había nacido. Lo que hizo fue envolverlo con la piel del león y rogarle a Zeus que lo hiciera invulnerable.
Tuvo un papel destacado tanto en el viaje a Troya como durante la guerra. Llevó el mando en diversas ocasiones y participó en los saqueos en el territorio circundante y en los combates. Destaca su combate singular contra Héctor.
Durante el juicio de las armas de Aquiles se disputó con Odiseo la armadura de su primo, con los prisioneros troyanos como jueces. Pese a la solidez de sus argumentos, Odiseo los rebatió todos y fue capaz de convencer a los demás de que, si no podía superar a Áyax en destreza, al menos podía igualarlo. Pero, en cuanto a inteligencia, lo superaba sobradamente. Los aqueos creían que Áyax merecía más el premio, pero no querían inmiscuirse y los prisioneros troyanos concedieron la victoria a Odiseo.
Sintiéndose traicionado por los aqueos y deseoso de venganza contra Odiseo, se dispuso a matarlo. Pero Atenea era la protectora del rey de Ítaca y no podía permitir que le hiciera ningún daño. Cegó a Áyax de tal manera que él pensó que estaba matando aqueos, pero en realidad estaba dando muerte al ganado.
Cuando la niebla en su cabeza se disipó, se dio cuenta con horror de lo que había hecho. Matar animales domésticos era un acto abominable. Además, sentía no merecer estar rodeado de aquella gente que había olvidado con tanta rapidez todo lo que había hecho por ellos. Cogió la espada que el propio Héctor le regaló tras su combate y se la clavó en la garganta.
Su hermano Teucro, desesperado, intentó hacer lo mismo, pero los aqueos lo impidieron. Y los dos mayores culpables de aquella tragedia, Agamenón por no haber querido tomar parte en la decisión y Odiseo por manipularla, lamentaron la pérdida y responsabilizaron de ello a los dioses.
Sus huesos fueron enterrados en un túmulo, sobre el que se cuentan varias historias de fantasmas. Los lugareños temían llevar a pastar a sus rebaños cerca de él por si la hierba crecía envenenada. También se contaba que, en una ocasión en que los animales enfermaron, varios pastores fueron a insultarle a su tumba y desde dentro del túmulo se oyeron gritos y entrechocar de armas. También se apareció ante dos pescadores que se pudieron a jugar allí al chaquete para pedirles que jugaran a otra cosa. Le recordaba demasiado a su amigo Palamedes y a su enemigo Odiseo.