Episodios

Faetón y el carro de Helios

Faetón era el hijo de Clímene, la esposa de Mérope. Pero según le había contado ella, su verdadero padre era el dios Helios, el sol.

Faetón era muy amigo del rey de Egipto Épafo, quien, a su vez, era hijo de Zeus e Ío. Un día estando reunidos los amigos, Épafo se mostró orgulloso de su estirpe divina y se mofó de Faetón por ser un simple mortal. Fue entonces cuando éste desveló el nombre de su padre, más ninguno de los presentes quiso creerle y siguieron burlándose de él. Airado, Faetón abandonó la estancia y pidió ayuda a su padre, que todo lo ve.

Desde lo más alto del cielo Helios se le apareció a Faetón y le confirmó que, en efecto, él era hijo suyo. Además se ofreció a concederle cualquier cosa que desease para poder demostrárselo a todo el mundo. Sin apenas pensarlo, Faetón le dijo a su padre que quería conducir su carro, aunque fuese solo por un día. Helios, quien cruzaba el cielo cada mañana en su carro hasta desaparecer por el oeste, no se sintió entusiasmado con tal deseo de su hijo, pues sabía que era una tarea no exenta de peligro. Pero fue incapaz de convencer al joven de elegir una alternativa apropiada, pues Faetón estaba seguro de que si Épafo y los demás le veían cruzar los cielos en el carro de Helios no habría ninguna duda de que él era descendiente suyo.

Fue así como, a la mañana siguiente, Faetón subió al carro de su padre y, ansioso por demostrar su herencia, tiró fuertemente de las riendas asidas a los cuatro caballos blancos encargados de transportar a Helios cada día a través de los cielos. Pero aquellos no eran unos caballos cualesquiera, pues estos –llamados Flegonte (ardiente), Aetón (resplandeciente), Pirois (ígneo) y Éoo (amanecer)– eran, como indicaban sus nombres, especialmente fogosos.

Al notar el tirón en las riendas, los caballos salieron disparados y Faetón perdió el control del carro solar, que ascendió hacia el firmamento, haciendo con ello que la tierra se enfriase. Asustado, Faetón intentó que los caballos descendiesen de nuevo, pero eran tan rápidos que, en seguida, se acercaron peligrosamente a la tierra. Se encontraban por entonces en África, y los caballos volaban tan bajo que toda la vegetación cercana ardió, creándose un enorme desierto. Al pasar por Etiopía consiguió recuperar algo de altura, pero seguía tan cerca de la tierra que quemó la piel de los etíopes hasta volverla oscura.

Era tal el caos que estaba creando Faetón subido al carro de su padre que el dios de los cielos, el poderoso Zeus, se vio obligado a lanzar un rayo para intentar desmontar al hijo de Helios y evitar así un percance aún mayor. Golpeado por el rayo de Zeus, Faetón se desplomó desde las alturas yendo a caer en el río Erídano, donde murió ahogado. Triste es el destino de los hombres que ansían imitar a los dioses.

 

Alfonso Cuesta

Madrileño de pura cepa, pero bastante helenófilo. Estudié Historia en la UAH y Arqueología del Mediterráneo en la UCM. A veces bebo ouzo y bailo el sirtaki en la playa.

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