"Erigone", Charles Antoine Joseph Loyeux.
Episodios

Icario y Erígone, la llegada del vino a Atenas

Durante el reinado de Pandíon llegó a Atenas el dios Dioniso. Allí fue acogido en casa de Icario, el mejor agricultor de la zona. En agradecimiento por su hospitalidad, el dios le dio una cepa de vid y le enseñó las técnicas para producir el preciado vino.

Icario ardía en deseos de compartir este regalo con el resto de los hombres. Así llegó junto a unos pastores y les obsequió con la bebida. Pero ellos, sin ningún miramiento, tomaron el vino sin mezclar con agua y enloquecieron.

Creyendo que ese estado era a causa de un embrujo o un veneno. Uno con una hoz, otro con un hacha, otro con una piedra… los pastores golpearon salvajemente al anciano hasta la muerte. Icario, con su último aliento, se lamentó de que algo tan dulce para el resto de los hombres le hubiera causado a él tan amargo final.

Al día siguiente, y ya recuperada la cordura, los pastores despertaron y descubrieron lo que habían hecho. Lloraron por el pobre Icario y lo llevaron al bosque. Tras limpiar sus heridas en un manantial, le dieron sepultura.

Su hija Erígone, tras recibir esa noche una visita fantasmal de su padre, salió en su busca acompañada de Mera, la perrita de la familia. Fue ésta la que encontró la tumba, ya que los pastores y campesinos se negaron a confesar dónde estaba.

Erígone, al ver el cadáver de su padre no pudo soportar el dolor y se colgó de un árbol próximo. El animal no dejó a su dueña ni tras su muerte y cuidó del cuerpo, ahuyentando a las fieras, hasta que algunos vecinos la encontraron y enterraron junto a su padre.

Mera se quedó a guardar la tumba de sus amos hasta que finalmente ella también murió.

Zeus se compadeció de esta familia y los elevó a las estrellas; Erígone en la constelación de Virgo y su padre, Icario, en la del Boyero. También la perrita Mera fue convertida en estrella, persiguiendo para siempre a la constelación de la Liebre.

Pero la historia no acaba aquí, ya que Dioniso se enfureció con los atenienses por haber ignorado el crimen contra Icario. El dios condenó a las hijas solteras de los habitantes de la ciudad a sufrir el mismo destino que Erígone. Para solucionarlo instauraron la Aiora, una fiesta en honor a la muchacha en la que las jóvenes se columpiaban en los árboles.

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