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La impiedad de Áyax Oileo

Durante el saqueo de Troya, Áyax el Menor, hijo del rey Oileo de Lócride, vio a Casandra agarrada a una estatua de Atenea y la arrastró, atrapada por el cabello, junto a la imagen de la diosa hasta el interior del templo. Allí la violó.

Atenea estaba encolerizada por semejantes actos. Para apaciguarla y poder volver sanos y salvos a sus hogares, Calcante advirtió a los aqueos de que debían sacrificar a Áyax. Sin embargo, este se refugió en el altar del propio templo de Atenea y no se atrevieron a sacarlo de allí por miedo a cometer ellos también un acto de impiedad.

Casandra fue entregada a Agamenón como botín de guerra, mientras que Áyax Oileo no tuvo ninguna represalia por sus actos.

Entonces, Atenea pidió ayuda a su antiguo enemigo, Poseidón. Si bien había favorecido a los aqueos contra los troyanos, ahora lo que quería era que tuvieran un penoso viaje de regreso que culminara con la muerte de Áyax. El dios del mar, que había contemplado desde el Olimpo la violación de Casandra, accedió a ayudarla e hizo que el mar estuviera agitado durante la travesía.

Durante ese trayecto, en unas rocas cerca de Mikonos, Atenea lanzó un rayo a la nave y la hundió. Muchos de los aqueos y las troyanas que llevaban prisioneras perecieron, pero no el objetivo principal. Áyax, gracias a sus fuertes brazos, había conseguido nadar hasta unas grandes rocas. Se aferró a ellas hasta el punto en que le sangraban las manos y creía que, también en esa ocasión, sería capaz de esquivar el castigo de los dioses.

Pero no fue así. Poseidón abrió una brecha en la tierra e hizo desplomarse sobre él la cumbre de un promontorio cercano. En otra versión es el propio peñón en el que Áyax intentó sujetarse el que el dios del mar partió en dos y lo hizo caer al mar, donde se ahogó.

Los actos de Áyax trajeron la desgracia a su tierra tres años después. Se abatieron sobre Lócride malas cosechas y epidemias. El oráculo les dijo que, para aplacar a Atenea, debían enviar dos sacerdotisas a Troya cada año durante mil años. Sin embargo, los troyanos mataron a las dos primeras en llegar.

A partir de entonces, las jóvenes tenían que desembarcar de noche e intentar llegar al templo de Atenea sin que las alcanzaran. Si lo conseguían, podían vivir el resto de su vida allí en paz conservando su virginidad, descalzas, con el pelo cortado y una sencilla túnica. Se dedicaban a limpiar el templo y no podían salir, pero tampoco acercarse a la imagen de la diosa.

Según Apolodoro, el envío de doncellas se mantuvo hasta el fin de la guerra focidia, en el 346 a. C.

 


Bibliografía

  • Apolodoro: Biblioteca mitológica, Epítome V, 25 y Epítome VI, 20, 1-3
  • Higino: Fábulas, 116
  • Quinto de Esmirna: Posthoméricas, XIII, 415-429; XIV 530-589
  • Eurípides: Troyanas, 70
  • Homero: Odisea IV 499-511

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