(Continúa de Prometeo y la creación del hombre)
Habiéndole sido arrebatado el fuego a los hombres debido a la insolencia de Prometeo, el gran benefactor de la humanidad se sintió culpable y decidió robarles el fuego a los dioses y devolvérselo a su más querida creación.
El todopoderoso Zeus guardaba el fuego en el Olimpo, así que el titán decidió ascender al divino monte acompañado únicamente de una simple cañaheja, una planta de seco tallo que permitiría transportar el ígneo elemento al arder ésta muy lentamente sin llegar a apagarse.
Sin ser detectado, Prometeo se acercó a las fraguas de Hefesto, donde el fuego ardía tarde y noche, y prendió con él la pequeña cañaheja. Volvió de inmediato a la Tierra, donde entregó, de nuevo, el fuego a los hombres para que pudiesen calentarse y cocinar sus alimentos. Además enseñó a los hombres cómo conservarlo, para que así nunca más volviesen a perderlo.
Esta nueva ofensa de Prometeo no tardó en ser detectada por el señor del Olimpo. Zeus, lleno de ira, decidió castigar a éste, y a su creación, severamente.
(Continúa en Prometeo encadenado)
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