Las ofensas de Tántalo

Tántalo fue uno de los primeros reyes de la tierra, que gobernaba en el Monte Sípito, en Lidia. Era hijo de Zeus y la oceánide Pluto, y su padre solía invitarlo a los banquetes de los dioses.

En una ocasión, el anfitrión fue él. Los dioses se encontraban viajando por Asia Menor y le pidieron alojamiento. Tántalo organizó para ellos un enorme banquete, pero la comida empezó a escasear. Su solución fue cometer una atrocidad que horrorizó a los propios dioses: sacrificar a su propio hijo Pélope.

Lo descuartizó y lo sirvió, pero los dioses, prevenidos, no probaron un solo bocado. Solo Deméter no se enteró y probó lo que resultó ser el hombro. Los olímpicos decidieron recomponerlo, pero faltaba el pedacito que Deméter había comido. Ella misma ofreció un hombro hecho de marfil para reponerlo y Pélope volvió a la vida.

Pero esta no fue la única ofensa de Tántalo. Resultó que se jactaba entre los mortales de los banquetes divinos a los que asistía, y no solo eso; robó néctar y ambrosía de la mesa de los dioses y se la dio a sus amigos.

Y aun cometería una última ofensa antes de colmar la paciencia de Zeus. Esta última vez, un cretense llamado Pandáreo robó el perro de oro que custodiaba el templo de Zeus en Dicte (Creta). Se lo entregó a Tántalo para que lo ocultara hasta que Zeus se olvidara del asunto. Cuando lo quiso recuperar, el rey del Monte Sípito no quería entregarlo.

Dio igual, porque Zeus ya estaba harto de él. Hizo caer sobre su cabeza una roca que pendía del monte y, tras su muerte, fue castigado eternamente en el Tártaro, la zona del Hades destinada a los criminales. Allí se encuentra metido hasta la cintura en agua y rodeado de frutos que cuelgan de los árboles, pero le consume el hambre y la sed. Cuando intenta beber o comer, el agua y la fruta se retiran.