La matanza de los pretendientes
Continúa desde Penélope y los pretendientes
El agotado Odiseo regresó por fin a Ítaca tras diez años de guerra y otros diez de aventuras. Habiendo sido transformada su apariencia en la de un mendigo gracias a la divina Atenea, al llegar a palacio Odiseo se encontró a una caterva de indignos nobles que habían tomado la casa, abusando de su hospitalidad (y su despensa) mientras esperaban infructuosamente a que Penélope tomara como nuevo esposo a uno de ellos.
Manteniendo oculta su identidad, el ingenioso Odiseo se instaló en palacio mientras tramaba un plan para deshacerse de tan viles pretendientes. No fue fácil, pues los altaneros nobles se dedicaban a mofarse de aquel harapiento huésped que decía haber conocido en otra época al dueño de la casa. Telémaco, sin embargo, cumplió cortésmente con todas sus obligaciones protocolarias al ofrecerle su hospitalidad al recién llegado, quien finalmente le desveló su verdadero yo. Ayudados por el porquero Eumeo y el boyero Filetio, los únicos de sus servidores que aún permanecían fieles a la memoria de Odiseo, tendieron una trampa a los pretendientes.
Penélope, aún desconocedora del regreso de su marido, propuso una prueba a los pretendientes con la que pondría fin a la espera; pues empezaban a escucharse rumores sobre la intención de estos de asesinar a Telémaco. Tomando el antiguo arco de Odiseo, Penélope hizo saber a los candidatos que se casaría con aquel que fuera capaz de tensar el arco de su marido y hacer pasar una flecha por el hueco dejado por una ristra de hachas puestas en fila.
Uno a uno los pretendientes intentaron sin éxito tensar el arco que antaño perteneciera a Éurito, pero solo su actual dueño, el astuto Odiseo, conocía la manera de hacerlo. Cuando los pretendientes cejaron en su empeño, decidieron regresar a su banquete diario y recuperar fuerzas, pero he aquí que aquel mendigo del que solían mofarse se apresuró a tomar el arco y lo tensó sin problemas. A continuación disparó una flecha que, atravesando el aire, pasó sin fallo entre los huecos dejados por las hojas de las hachas.
El mendigo, finalmente, deshizo la mascarada y reveló su auténtica identidad, para sorpresa de los atónitos pretendientes. Mientras tanto, Telémaco y sus hombres habían puesto en alerta a las mujeres, pidiéndoles que se encerraran en las habitaciones, atrancasen las puertas y no las abriesen hasta nueva orden. También bloquearon todas las salidas, de manera que los pretendientes estaban encerrados en la casa a merced de Odiseo y sus aliados.
Uno a uno los pretendientes pedían a Odiseo, famoso por su lanza, que perdonara sus vidas, mas ninguno obtuvo clemencia. De todos los hombres que había en palacio tan solo el aedo Femio y el heraldo Medonte se salvaron, al no considerar a estos culpables de las ofensas de sus amos. No pasó lo mismo con aquellas esclavas de palacio que se habían entregado en cuerpo y alma a los pretendientes, pues también estas vieron recompensada su traición con la muerte.
Acabada la matanza, a Odiseo tan solo le quedaba una cosa más por hacer, la más deseada de todas: presentarse ante Penélope.
Continua en El reencuentro de Penélope y Odiseo