La disputa por Atenas
En el Ática reinaba Cécrope, un hijo de Gaia cuyo cuerpo era mitad humano y mitad serpiente. La ciudad más importante de la región, así como la región misma, tomaron el nombre de Cecropia en su honor.
Pronto el rápido crecimiento de la zona llamó la atención de los dioses olímpicos, quienes empezaron a disputarse la protección de las nuevas ciudades fundadas en Cecropia. Sobre una de ellas, la que posteriormente se convertiría en la ciudad más importante de toda la Hélade, posaron sus ojos al mismo tiempo el agitador Poseidón y la sabia Atenea.
Para ganarse el favor de los habitantes de la ciudad, cada uno de los dioses les hizo un regalo en la misma colina donde esta fuese fundada. Poseidón, golpeando con su tridente en el suelo, hizo surgir de la nada una fuente de agua salada, pues por algo era el dios del mar. Atenea por su parte, tras meditar sabiamente su elección, se decidió por plantar un olivo, del que se podrían recoger aceitunas y obtener aceite.
Quedó en manos de los ciudadanos decidir cuál de los dos dioses se convertiría en protector de la ciudad. Los hombres, en su mayoría marineros, votaron en masa a favor de Poseidón; mientras que las mujeres votaron por Atenea. Al haber más mujeres que hombres (aunque la diferencia era solo de una persona), el honor acabó recayendo en la diosa de la sabiduría. Y la ciudad se llamaría desde entonces, y hasta hoy día, Atenas.
Pero la historia no acaba ahí. Enfadado por la decisión, Poseidón inundó el Ática con sus aguas. Fue entonces cuando los varones atenienses, para aplacar la ira del dios del mar, prohibieron a sus mujeres volver a votar. También sus hijos dejarían de llevar el nombre de la familia de la madre. Y ese es, aparentemente, el origen del patriarcado en la Antigua Grecia.