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Odiseo en el palacio de Circe

Tras el incidente con los lestrigones, los supervivientes de la flota de Odiseo llegaron a la costa de la isla de Eea y, sigilosamente, atracaron en un puerto natural, donde permanecieron dos días y dos noches recuperándose del agotamiento de su travesía.

Al tercer día, Odiseo se armó con su lanza y su espada y subió hasta una zona alta para intentar comprobar si había más gente viviendo en aquel lugar. Desde allí observó humo saliendo de un palacio en medio de un espeso bosque.

El rey de Ítaca meditó sobre si debía ir a explorar, pero finalmente volvió a su nave y envió en su lugar a algunos de sus hombres. Cuando estaba llegando, un enorme ciervo se cruzó en su camino. Tras matarlo lo llevó a rastras hasta las naves, donde sus hombres se dieron un festín que duró hasta la noche. Se pospuso, por tanto, un día más el averiguar quién vivía en ese territorio.

Con el amanecer del cuarto día, Odiseo convocó a todos sus hombres y les habló de lo que había visto el día anterior. La tripulación temía que su próximo encuentro fuera tan desafortunado como los anteriores con el cíclope Polifemo y los lestrigones.

Odiseo dividió a los hombres en dos equipos. Uno lo lideraría él mismo, mientras que Euríloco estaría al frente del otro. Entonces echaron a suertes[1] cuál de los dos exploraría el espeso bosque hasta llegar al palacio. El azar quiso que fuera el grupo de Euríloco que, lamentándose, partió para cumplir su misión.

La casa de Circe, construida en bloques de piedra tallada, estaba rodeada de lobos y leones a los que había hechizado para que fueran mansos. Se levantaban al paso de los marineros y jugueteaban a su alrededor sin atacarlos. Sin embargo, éstos tenían miedo de las bestias.

Desde el umbral les llegó la voz de la diosa, que cantaba mientras hacía labores en su telar. La llamaron a voces desde allí y Circe salió a recibirles, invitándoles a pasar y a sentarse. Todos lo hicieron salvo Euríloco, que sospechaba que aquello era una trampa.

Delante de ellos, la hechicera mezcló queso, harina, miel y vino, pero le añadió una pócima. Cuando la hubieron bebido, Circe les golpeó con la varita y los encerró en la pocilga. El aspecto de los hombres se transformó en el de cerdos, pero su conciencia se mantuvo intacta y lloraban por su suerte mientras ella los alimentaba.

Euríloco, al ver que sus compañeros no regresaban, volvió a toda prisa a las naves para informar a Odiseo. Éste le pidió que le llevase hasta el palacio, pero Euríloco le suplicó, aferrado a sus piernas, que no lo llevara de nuevo hasta allí. En vez de eso, le instó a subir a los barcos y huir antes de que fuera tarde.

«Euríloco, quédate tú aquí comiendo y bebiendo junto a la negra nave, que yo me voy. Me ha venido una necesidad imperiosa».[2]

Odiseo marchó a través del bosque, pero cuando estaba a punto de llegar a su destino le salió al encuentro Hermes. Advirtiéndole de la condición de sus hombres y de que no lograría eludir la magia de Circe por sí mismo, el dios le suministró un brebaje para contrarrestar el que le fuera a dar la hechicera. Además, le indicó cómo proceder a continuación. Cuando la diosa sacara la varita, debía sacar él a su vez su espada y abalanzarse sobre ella como si fuera a matarla. Entonces, por miedo, ella le invitaría a su cama. Odiseo debía aceptar y hacerle jurar que no haría ninguna maldad contra él.

A continuación, el dios le dio una planta cuya raíz era negra y su flor, blanca. La llamaban moly, y para los mortales no era nada fácil su extracción, pero sí para los dioses.

Hermes volvió al Olimpo y Odiseo se dirigió a la casa de Circe, donde siguió los pasos de sus compañeros. La llamó a viva voz desde la puerta; ella lo recibió con amabilidad, lo invitó a pasar y le ofreció beber en una copa de oro. Cuando Odiseo así lo hizo, ella sacó la varita y le golpeó en la cabeza.

«Marcha ahora a la pocilga, a tumbarte en compañía de tus amigos»[3], dijo.

Como le había aconsejado Hermes, sacó su espada y se lanzó contra ella. La diosa gritó con fuerza y se abrazó a sus rodillas. Admirando su capacidad para resistir el poder del brebajo, puesto que ningún otro hombre lo había conseguido, le pidió que volviera a guardar la espada y fueran juntos a la cama.

El rey de Ítaca le contestó que no podía confiar en ella y, una vez más, siguiendo las indicaciones del dios, le hizo jurar que no tramaría ningún ardid para perjudicarle. Cuando Circe lo hubo prometido, los dos se dirigieron a sus aposentos para entregarse al amor.

Después, las siervas de Circe le prepararon la bañera, lo lavaron y lo sentaron a comer, pero Odiseo no podía probar bocado. Al ser preguntado sobre el motivo, el héroe dijo no ser capaz sabiendo cómo estaban sus compañeros. Si quería invitarlo a comer de buena voluntad, primero debería soltarlos.

La hechicera se dirigió a las pocilgas, sacó de allí a algunos de los cerdos y, uno a uno, les fue untando un brebaje. Comenzó a caérseles la pelambrera y volvieron a su aspecto anterior, pero aun más jóvenes, bellos y robustos de como habían llegado.

Su tripulación lo reconoció de inmediato y le tomaron de la mano, derramando lágrimas de tal manera que la propia Circe se compadeció. Entonces se dirigió a Odiseo y le dijo que volviera a las naves, las llevara a tierra y dejara todas sus armas y posesiones en una gruta cercana. Desde ese momento, eran sus invitados.

Notas

[1] Lo hicieron echando dos guijarros dentro de uno de los cascos de bronce y agitándolo. El primero que saltara sería el elegido.
[2] Odisea, libro X 271-273. Cátedra, 2000.
[3] Odisea, libro X 320-321. Cátedra, 2000.

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