Las bodas de las Danaides
Egipto y Dánao eran hermanos gemelos. Belo, su padre, para evitar disputas entre ellos, instaló a Egipto en Arabia y a Dánao en Libia. Cada uno tuvo 50 descendientes de diferentes esposas y amantes, pero mientras los de Egipto eran todos varones, los de Dánao eran mujeres.
Egipto quería el territorio de su hermano, y para ello quería casar a sus hijos con sus primas. Dánao huyo con ellas ayudado por Atenea —que le aconsejó que construyera un barco— y se instaló en Argos, donde el rey Gelánor le cedió el trono. ¿Por qué? Hay varias versiones: un oráculo, un sueño premonitorio, un presagio, que Gelánor no tenía descendencia y lo nombró sucesor… El caso es que Dánao acabó siendo rey de Argos.
La ciudad prosperó y Egipto volvió a la carga. Mandó a sus hijos con una oferta que Dánao no podía rechazar —literalmente, a menos que quisiera morir—. Dánao acabó accediendo al matrimonio de sus hijas con sus primos; las reunió y les dio un puñal a cada una, con la orden de matar a sus maridos en la noche de bodas. Sortearon las parejas e hicieron un banquete, y cuando llegó el momento todas obedecieron salvo la mayor, Hipermnestra, casada con Linceo. Él había respetado su deseo de conservar la virginidad y por ello le perdonó la vida.
Pero entonces, Dánao juzgó a su hija por desobediencia, ya que dejar vivo a Linceo era un riesgo para él. Sin embargo, Afrodita intervino y la muchacha fue absuelta por los argivos. Aunque Dánao tenía razón en algo, y es que su nuevo yerno sí era una amenaza. Linceo lo mató y reinó junto a Hipermestra.
Las hermanas, por su parte, volvieron a casarse, no sin esfuerzo. Dánao había tenido que organizar unos juegos y liberar a los futuros yernos de hacerle regalos a cambio de su mano. Los descendientes de esta estirpe se llamaron dánaos, y habitaron esta zona. Las 49 chicas pagaron su crimen tras la muerte en el tártaro, con el castigo eterno de llenar de agua un barril agujereado.