La castración de Urano
Gaia, la Tierra, había gestado de Urano, la bóveda celeste, a los poderosos Titanes, a los descomunales Cíclopes y a los monstruosos Hecatónquiros. Pero cada vez que uno de ellos estaba a punto de nacer, Urano se encargaba de encerrarlo de nuevo en el seno de Gaia, por lo que ninguno de ellos había podido ver la luz y sentían una gran rabia contra su padre.
Aquejada por inmensos dolores y sintiéndose a punto de reventar, la pobre Gaia tramó un plan junto a sus hijos para vengarse de Urano. Crono, el más joven, pero también el más retorcido, se ofreció a llevar a cabo la tarea. De este modo, asiendo una afilada hoz de acero que su madre le había dado, Crono esperó al preciso momento en que Urano intentó yacer con Gaia. Y, tomando a su padre por sorpresa, cercenó sus genitales y los arrojó lo más lejos que pudo.
Pero de cada gota de la sangre de Urano que salpicaba la tierra nacería de Gaia una nueva criatura. Y así llegaron al mundo las vengativas Erinias, los altos Gigantes y las ninfas Melíades, protectoras de los fresnos.
De los genitales, caídos al mar, surgiría una blanca espuma de la que nacería una bella doncella. Primero navegó a la isla de Citera, y de ahí marcho a Chipre. Y, desde entonces, en ambos sitios se le profesó gran culto. Pues no hablamos de otra sino de la diosa del amor: Afrodita.