Episodios

Escila y Glauco

Escila era una hermosa ninfa con innumerables pretendientes que trataban de ganarse su amor, pero ella los rechazaba y se burlaba de todos con sus hermanas.

Un día, tras pasear por la arena, decidió parar a refrescarse y se metió en el agua. Entonces surgió un hombre del mar, que quedó paralizado ante su belleza. Escila huyó mientras, tras ella, el desconocido la llamaba para que se detuviera. Sin embargo, la joven ninfa no volvió la vista atrás hasta estar en la cima del acantilado. Una vez allí se atrevió a observar a su nuevo pretendiente: era un hombre de cintura para arriba, mientras que la parte inferior de su cuerpo terminaba en una cola de pez.

La criatura, al ver que ella le miraba, le aclaró que no era un monstruo, sino un dios. Era Glauco; antaño un pescador mortal que había sido convertido recientemente en una divinidad marina.

Éste le contó que, tras un día de pesca, mientras dejaba que sus hilos se secaran al sol, se sentó en la hierba extendiendo ante él su botín para contarlo. Entonces, los peces se levantaron como si pudieran mantenerse en vertical de igual forma fuera del agua que dentro. «Pero, ¿qué hierba tiene estos poderes?», se preguntó. Sin pensarlo, agarró una brizna y se la llevó a la boca. Sintió el cambio en sus entrañas y se sumergió en el mar, donde pertenecía desde ese momento. Los demás dioses marinos lo acogieron como uno más, purificándolo de sus restos de mortalidad.

Glauco se lamentó de que su aspecto hubiera impresionado a todos menos a la ninfa de sus deseos, pero la pena no funcionó, como no lo habían hecho antes los halagos. Escila no tenía ningún interés en él, así que dio media vuelta y se marchó de allí.

Furioso, Glauco se dirigió hacia la isla de Eea, donde tenía su palacio la hechicera Circe. Suplicó a la diosa utilizara hierbas o sortilegios con Escila para que correspondiera su amor. Circe, sin embargo, le respondió que mejor se buscara a otra que sintiera lo mismo que él y dejara en paz a la ninfa.

En realidad, se refería a sí misma y, siendo aun más explícita, la hechicera insistió en que se olvidara de Escila y la correspondiera a ella. Pero Glauco no pensaba renunciar al objeto de su pasión y rechazó a la poderosa hija de Helios, que no se quedaría de brazos cruzados ante tal humillación.

Circe mezcló sus hierbas y se dirigió a Regio, frente a la costa de Zancle —hoy Mesina, en Sicilia—, pues allí había una sima donde Escila solía descansar en las horas en que el sol era más fuerte. Antes de que la ninfa llegara esparció su poción por todo el lugar murmurando el hechizo correspondiente.

Escila volvió y se metió en el agua, pero cuando ésta le llegaba a la altura del vientre, su piel empezó a cambiar. De sus ingles brotaron horribles y feroces bocas de perro. Seis de estos animales conformaron desde entonces sus extremidades inferiores.

Glauco lloró la pérdida de su amada, pero siguió sin corresponder a Circe por su terrible acción. Escila, por su parte, continuó en su roca y sus perros devoraban a los viajeros que se acercaban a ella al pasar por el estrecho.

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