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El juicio de Paris

(Continúa desde Las bodas de Tetis y Peleo)

Al encontrar la manzana que Eris había dejado en la mesa, las diosas Afrodita, Hera y Atenea empezaron a discutir acaloradamente sobre quién de ellas era la más bella y, en consecuencia, merecedora de aquel dorado fruto. Ni siquiera el mismísimo Zeus se vio capaz de decidir entre las tres, pues era un asunto especialmente peliagudo para él; recordemos que se trataba, ni más ni menos, que de su tía, su hermana (¡y esposa!) y su propia hija, por lo que prefirió que el juez de tan improvisado concurso fuese, en su lugar, un mortal.

El elegido no sería sino el pastor Paris, que en ese preciso momento se encontraba junto a su rebaño de ovejas en el monte Ida. Al aparecérsele las tres diosas se frotó los ojos con incredulidad. Y hubo de hacerlo una segunda vez cuando las tres le pidieron elegir de entre ellas a la más bella de todas las diosas. Evidentemente no era una tarea sencilla y pidió un tiempo para decidirse.

Sin embargo las diosas se encontraban impacientes, pues ansiaban el preciado premio que Eris había dejado sobre la mesa y, más aún, la satisfacción de vencer a sus rivales. Una a una fueron ofreciéndole, a modo de incentivo, aquello que pensaban ayudaría a inclinar la balanza a su favor. Hera, la de blancos brazos, prometió a Paris reinar sobre toda la Tierra y colmarlo de riqueza. Atenea, de ojos brillantes, juró que si la elegía a ella le convertiría en el hombre más sabio y valiente del mundo, y que vencería en todas las batallas en las que participara.

Pero la fogosa Afrodita le ofreció algo mucho más terrenal y, sin embargo, más tentador para él que todo lo anterior. Le prometió el amor de la más hermosa de entre todas las mujeres. Mostrándosela a través de un reflejo en el agua, cuando Paris vio el rostro de Helena de Esparta quedó prendado de inmediato por su belleza; y no dudó en declarar a Afrodita como la ganadora indiscutible del concurso.

Con el tiempo se descubriría que Paris era en realidad el príncipe troyano Alejandro, hijo de Príamo y Hécuba. Y cuando, cobrándose la promesa de Afrodita, se llevó a Helena a su patria (arrebatándosela al rey Menelao) iniciaría la más épica de las contiendas que llegaría a contemplar el mundo: la Guerra de Troya.

 

 

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