Hermes
Hermes era hijo de Zeus y Maya, la mayor de las pléyades. Se unieron en una cueva del monte Cilene, donde nació. Se escapó de la cuna siendo un bebé y cometió su primera trastada: robó un rebaño de vacas que pertenecía a Apolo, a las que puso zapatos para que el rastro de sus pezuñas no lo delatara. Las llevó a Pilos y las ocultó en una cueva salvo a dos, que sacrificó; una para comer y la otra la quemó para los dioses. Luego regresó a Cilene y se encontró una tortuga, a la que vació para usar su concha, tensando sobre ella las tripas de la vaca a modo de cuerdas. Así inventó la lira (y se le considera también inventor de la púa).
Apolo fue en busca de sus vacas y los habitantes de Pilos le dijeron que se las había llevado un niño. Recordemos que Apolo tenía dotes adivinatorios, y de esa forma averiguó quién era el ladrón. Maya defendió a su hijo argumentando que no podía haber sido él, ya que era demasiado pequeño. Pero Apolo lo llevó ante Zeus, que no creyó a Hermes y le ordenó devolver a su hermanastro mayor las vacas. Sin embargo, cuando Apolo escuchó el sonido de la lira quedó tan prendado que le ofreció cambiar a los animales por ese instrumento. Y no fue el único. Para calmar al rebaño, Hermes inventó la flauta y Apolo también la quiso. Ésta la cambió por el caduceo, que se convertiría en el símbolo de Hermes. También acordó introducirlo en el arte de la adivinación, enseñándole a hacerlo utilizando guijarros.
Zeus lo designó mensajero de los dioses, tarea que llevaba a cabo con facilidad gracias a sus sandalias aladas que le permitían volar. Pero además se convirtió en protector de viajeros, comerciantes y fronteras, así como en patrón de los ladrones.
Hermes tuvo muchos hijos de distintas amantes, entre ellos los dioses Príapo y Pan.
Participa en una gran cantidad de episodios mitológicos, aunque siempre suele ser en un papel secundario como mensajero, acompañante o para cumplir las órdenes de su padre.
Episodios en los que interviene:
Ío, la amante de Zeus convertida en ternera
Filemón y Baucis
Eros y Psique (parte 2): las pruebas de Afrodita