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La competición musical entre Apolo y Marsias

Atenea había inventado una flauta doble llamada aulós, tallada en una asta de ciervo, porque quería imitar el lamento funerario de las gorgonas. Tocó el instrumento en un banquete de los dioses, pero Hera y Afrodita se burlaron de ella por la cara tan fea que se le ponía, con las mejillas hinchadas. Entonces se fue a una fuente en el bosque del Ida —actual Turquía— para verse reflejada. Al comprobar que las burlas eran con motivo tiró lejos el aulós. Pero no solo eso, sino que además lo maldijo para que el que lo tocara sufriera alguna calamidad.

«Apolo desollando a Marsias», de Luca Giordano, Ca. 1678. Museo Stefano Bardini, Florencia.

El pobre desdichado que dio con el instrumento fue Marsias, un sátiro de la ciudad de Celenas. Se hizo experto en este instrumento a base de practicar todos los días, hasta que consideró que podía incluso retar al mismísimo Apolo —que, recordemos, era también el dios de la música—. Él tocaría el aulós y Apolo la cítara, y, como premio, hacer lo que les viniera en gana con el perdedor. Las musas serían las juezas, por lo que cabía suponer que no contradirían a su jefe.  Muy seguro de sí mismo tenía que estar Marsias como para osar desafiar a un dios, y más en lo suyo.

Sin embargo y contra todo pronóstico, las musas decidieron que él era el ganador. Pero la cosa no iba a quedar así. Apolo dio la vuelta a la cítara y tocó una melodía exactamente igual que si lo hacía del derecho. Marsias intentó hacer lo mismo con su instrumento, pero no fue capaz. Por ello, las musas le dieron la victoria a Apolo.

¿Y qué quería hacer Apolo con Marsias? Por lo pronto, matarlo. El orgullo de los mortales que creen que pueden igualarse a los dioses era algo que a éstos les sacaba de quicio y castigaban duramente a quienes pretendían cruzar la línea que los separaba de ellos. En este caso, Apolo desolló vivo al sátiro, y después lo colgó de un pino. De la sangre que fluía de su cadáver nació el río al que dieron su mismo nombre: Marsias.

Según Higinio, hubo una persona que se atrevió a opinar que Marsias merecía la victoria, y no es otro que el rey Midas —el que convertía en oro todo lo que tocaba—. Por no darle la razón en el asunto de la competición musical, Apolo le dijo que, si su juicio era el de un burro, sus orejas lo serían también. El dios le hizo crecer orejas de asno.

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