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Los trabajos de Heracles (parte 2): la hidra de Lerna

Tras concluir con éxito el primer trabajo que le había mandado, Euristeo quiso poner de nuevo a prueba a Heracles mandándole matar a la Hidra de Lerna, una temible serpiente de nueve cabezas. Se decía que tan grotesca criatura guardaba una de las entradas al inframundo. Aparte de su letal veneno, la extraña particularidad de este monstruo era que —aunque la cabeza del centro era inmortal— si se cortaba alguna de las otras, de ésta crecerían dos cabezas nuevas.

La misión parecía extraordinariamente difícil, incluso para el propio Heracles. Así que su sobrino Yolao decidió acompañarlo. Tras conducir en carro a su tío hasta el lago de Lerna, Yolao encendió un fuego. En éste prendió Heracles la punta de su flecha y se acercó hasta la guarida de la Hidra, una profunda cueva que le servía de madriguera. Lanzando las flechas ardientes, Heracles consiguió que la terrible criatura saliese a la superficie… y se dispuso a enfrentarse a ella.

La lucha fue encarnizada. El poderoso Heracles agarraba del cuello a la Hidra intentando estrangularla, pero eran tantas las cabezas del monstruo que ésta acabaría hiriéndole irremediablemente. Si no quería morir envenenado por la Hidra, Heracles debía deshacerse de las demás cabezas. Golpeaba a diestro y siniestro las cabezas del monstruo con su clava y, efectivamente, tal como se decía, cuando arrancó de cuajo una de las cabezas, del amputado cuello de la Hidra salieron dos cabezas nuevas.

Fue entonces cuando se le ocurrió una brillante idea al ingenioso Yolao. Prendiendo un trozo de madera, a modo de tea, fue cauterizando el cuello de la Hidra cada vez que Heracles le arrancaba a ésta una de sus numerosas cabezas. Esto evitó que siguiesen creciendo, hasta tal punto que a la bestia solo le quedó su única cabeza inmortal.

En ese momento Heracles cercenó la última cabeza de la Hidra y la enterró, aún viva, bajo el suelo. A continuación colocó una pesada roca sobre el lugar donde la había enterrado, para así evitar que la Hidra volviese a crear peligro. Por fin la Hidra estaba muerta, y el héroe aprovechó para bañar la punta de sus flechas en la venenosa sangre del monstruo.

A continuación, junto a su sobrino, se dirigió de vuelta a Tirinto para que Euristeo diese por cumplida su tarea. Sin embargo el rey, preocupado por la buena marcha de Heracles, decidió no concederle el trabajo por válido, argumentando que no lo habría conseguido completar solo, sino que éste solo fue posible gracias a la necesaria ayuda de Yolao. Fue así como los diez trabajos acabarían siendo alguno más.

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